De refranes y otras cosas

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Los mandatos sociales son aquellas cosas que son socialmente aceptables de pensar y actuar. No son cosas necesariamente escritas. Pueden ser trasmitidas oralmente y convertirse en una norma cuyo cumplimiento es obligado. Esos mandatos no se discuten, se acatan. Forman parte de nuestra cultura y tanto estamos inmersos en ellos, que los repetimos y hasta los defendemos. Una fuente de esa sabiduría popular está en los dichos o refranes. Existen miles de ellos. A los que me referiré son aquellos que hacen referencia a hombres y mujeres.

Los refranes sexistas marcan la pauta para el comportamiento humano. Forman parte de nuestra sociedad. Los escuchamos, los vivimos y nos relacionamos a partir de ellos. Aunque no queramos, se han trasmitido de generación en generación y los asumimos como verdades inamovibles. Reflejan los mandatos sociales que indican como deben relacionarse hombres y mujeres. Dan la pauta para esa relación. Indican como deben tratarse hombres y mujeres.

Los hombres tienen la obligación de tener las tres efes, dice la sabiduría popular: “Fuertes, formales y feos”. Las mujeres, por su parte “calladitas se ven más bonitas”. Esto impacta más a las mujeres con menores oportunidades de trabajo y educación. Hay muchas de ellas en el campo, en Colima. Diluidas en las ciudades como Tecomán, Manzanillo, Villa de Álvarez y Colima, también.

Las mujeres viven con barreras socioculturales, fuertemente sujetas a condicionamientos históricos que las colocan en desventaja. Esos condicionamientos se reproducen y se recrean con los refranes: “Las mujeres como la escopeta: cargadas y detrás de la puerta”. Indica que el lugar de las mujeres es lo privado, la casa y todo lo que ella implique: quehaceres, maltrato soportado en silencio, cuidado de los hijos y los enfermos. Sin posibilidad de salir de ese espacio.

Cuando las mujeres no cuentan con niveles educativos altos, más cerca están de reproducir los esquemas machistas de los refranes sexistas. Puede ser común decirle a sus hijos, a propósito de los quehaceres domésticos, como puede ser cocinar: “Los hombres en la cocina huelen a caca de gallina”. Esta creencia limita el desarrollo de habilidades en los varones y los encasilla, además que limita sus opciones laborales: luego sus papás no los dejan estudiar gastronomía.

Cocinar, de acuerdo a la idea popular, es asunto de mujeres. Las mujeres suelen ser activistas importantes en sus comunidades, pero a la hora de la distribución del poder formal, son sus esposos los que asumen esos cargos, independientemente de que ellas son las que hagan posibles los cambios en sus entornos cotidianos. No queremos enseñarles a tomar decisiones. Es mejor que dependan de una figura masculina. Eso hace que estén sujetas a otra voluntad, no como iguales, sino como subalternas:

“La cabeza del hombre es Dios y la cabeza de la mujer, es su marido”, dice un dicho.

Las mujeres no tenemos permiso de pensar. Para que este mundo mejore, las mujeres debemos participar activamente en la toma de decisiones de las comunidades donde vivimos, para mejorar las condiciones de vida y las condiciones del entorno. Trabajar en la reestructuración de roles que permita mayor libertad y desarrollo a las mujeres es una tarea prioritaria, no sea que “nos llegue la lumbre a los aparejos”.