En Colima no pasaba nada

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Eduardo Ramírez

 

14 de marzo de 1998, en un rincón del país existe una pequeña ciudad costera de cocos y limones, donde se aprecia una tranquilidad paradisíaca envidiable: la gente se saluda y confía, hay frutas en las calles disponibles para todos, el tiempo se expande tanto como puede, llueve de manera consecutiva durante días, el calor aviva los corazones y se puede dormir con la puerta abierta sin miedo a que se metan a tu casa. El ponche, delicioso. Hay pocos foráneos, poca industria y demasiados conservadores. En las noticias sólo aparece su nombre cuando hay erupciones volcánicas, terremotos o ciclones tropicales. La mayoría de los habitantes trabaja, va a la escuela y descansa. Ningún colimense siquiera imagina que algo cambie esto.

Ocho años después un evento nos tomaría por sorpresa, inicia la guerra entre cárteles oficiales y cárteles no oficiales, produciendo un efecto cucaracha en toda la región. La pequeña y paradisíaca ciudad colimense es asaltada por diversas razones, por su cercanía con las viejas plazas, por sus gobernantes de moral acomodaticia, por su falta de foco nacional y por su envidiable puerto. De esta forma algunas descripciones se invirtieron, aunque no todas a causa de este evento pero sí a causa de un proceso gradual de globalización. 

Ya no hay árboles libres, todos están esclavizados y maquilizados, se les ha negado la gracia del dar porque sí. Ese líquido vital ha sido disminuido en sentido literal y en el que solía brindar alegría. La confianza está herida de muerte y las puertas cerradas con más de tres candados. Incrementan los foráneos y la industria no tanto como podría. El puerto, corrompido. Colima comenzó a hacerse notar por sus altísimos índices de violencia; asesinatos de civiles, implicados y funcionarios públicos; secuestro de ellos para el negocio y de ellas para la trata; muerte para quienes les tocó el lado de la desventaja histórica. 

En fin, esta entidad está trastornada desde su médula. Podemos rastrear su etiología olfateando la putrefacción en la élite política, han robado tanta vida que se les empieza a morir todo en su interior. Basta con observar a nuestro alrededor para deducir de la inmediatez percibida la letal falta de vida. En ocasiones, tengo un poco de compasión por quienes tanto y tanto conservan ¡No saben de las maravillas de andar ligero!, pero después recuerdo cómo han aprovechado las ventajas azarosas de haber nacido privilegiados, cómo mantienen su estatus a costa exclusiva de lo ajeno y cómo tienen la inteligencia a merced de la agresividad, que la sed de justicia se intensifica y me hierve la sangre. No obstante, toda esta escalada de violencia generalizada hacia la vida misma ha sido gradual desde hace siglos, ni me sorprenden ni me espantan estas calamidades. 

Las explosiones culturales vividas en todo lo que hoy conocemos con el nombre de América nos ha dejado hasta la fecha aturdidos pues no se trata sólo de una efeméride más, se trata del último big bang a escala humana conocido y el inicio de un nuevo estadío de la globalización, el cual en forma de espiral ha ido desarrollándose de manera paradójica. Una misma especie que tuvo un mismo origen se reencuentra después de miles de años y lo único que hace es desconocerse. Este hecho ha traído diversas situaciones que no pueden encasillarse simplemente en dos posturas, dado que en la realidad la dualidad siempre es aparente, por lo que bastará con decir que el impulso de la vida nos ha traído hasta aquí.

¿De qué manera nos ha traído? Según observo, a la mala. Con esto quiero decir que han sido siglos violentos, a cuentagotas en favor de la justicia y siempre arrebatando. Hemos pasado de la esclavitud física a la cultural y económica. Si analizamos un poco, básicamente todos los países americanos tienen unos 200 años de haber sido fundados como los conocemos en la actualidad. Por ende, tenemos mucho por experimentar todavía si, por ejemplo, nos comparamos con países como China que tiene 5000 años de existencia y no sólo eso, sino que además han sido sin conquistas ni saqueos colosales como los ocurridos en América. 

¿Qué tiene que ver Colima con todo esto? Bueno pues mucho. La globalización ha sido un proceso natural que ha impactado, sí, a todo el mundo y hasta el último rincón costero paradisíaco. Las cosmovisiones están tan entremezcladas que no permiten ver con claridad, principalmente en países con dos siglos de semi independencia, fenómeno mundial que debe someterse a escrutinio. Colima ni crece, ni desaparece ni disminuye, se ha mantenido entre la vida y muerte, en extremo a punto de estallar, tal como la situación generalizada del país. Está entre la declarada guerra contra el narco, una política ortodoxa, la pujante globalización y estas ganas de enaltecer la vida de una gran mayoría. Su forma es la de una quimera que no pertenece ni a estas tierras ni a estos tiempos. Y es que en Colima ya pasa de todo menos la justicia. 

23 de Julio de 2020 – La realidad colimense en particular, y la mexicana en general, han sufrido un trauma, reparable. Es momento de que la juventud actual y las generaciones venideras comencemos a reparar el sistema y sanar las viejas heridas en todos los niveles. Debemos encaminar esa quimera a donde pertenece. El despertar de conciencia duele, pero es necesario. Es momento de crear un sistema propio de pensamiento desde las condiciones geográficas en las que específicamente estamos y, por supuesto, desde los nobles ideales, que sea congruente y no impuesto. El momento, como ya has escuchado quizás más de una vez querido lector, el momento de vivir es hoy.