El clima guadalupano me recordó una sublime estrategia simbólica de Vicente Fox. En precampaña, cuando casi era un hecho su candidatura presidencial por el PAN, su hija le entregó un estandarte de la virgen de Guadalupe en un mitin, de donde salió personificado como un Hidalgo moderno liderando las esperanzas del pueblo por derribar un régimen.
Pero la madre de todos los católicos (y también de los no católicos diría Monsivaís) no es propiedad de la derecha. En el 2006, en medio de las protestas postelectorales, los simpatizantes de López Obrador denominaron a la virgen “la madre de todos los plantones”, y entre sus consignas resaltaba que “la virgen María, el fraude no quería”.
Y así este símbolo religioso y nacional puede ser encontrado en camiones de pasajeros, taxis, camisetas, tatuajes, y hasta en paredes con grafitis que reivindican identidades como “los marihuanos también somos guadalupanos”.
Lo popular atraviesa clases de origen, une donde hay divisiones y ofrece identificaciones comunes a los que están separados. Por eso las campañas políticas en México difícilmente pueden tener éxito sin recurrir a tácticas populistas, entendiendo esto como identificaciones con el pueblo, con sus anhelos y demandas.
Espinoza Paz, Bebeto o Carmen Salinas no son tanto una estrategia de “pan y circo”, más bien representan una urgencia de los actores políticos para hablarle a un pueblo con el que de otra forma no podrían conectar. Sí, es una política vacía, pero no por ello deja de tener la intención de ser de amplios amarres y consensos.
No quiero decir que la única forma de hablar masivamente con el pueblo sea recurriendo a artistas de costo millonario o a la manipulación de símbolos religiosos, y un ejemplo es el Locho de junio de 2015, que con base en un discurso confrontativo y denunciante, logró convertirse en referente de un sentimiento anti PRIAN en expansión. Pero parece que su capacidad política llegó al límite si se trataba de expandir su influencia.
Otro ejemplo necesario es López Obrador, sus conexiones populares se basan principalmente en la denuncia puntual, la esperanza de cambio republicano y la promesa de la justicia para el pueblo. Lamentablemente esto poco se replica en sus portavoces, y por eso Morena sin AMLO se cae.
Si las estrategias de marketing clásicas del priismo, ahora incorporadas por actores como Preciado y Locho son exitosas, no es tanto por su infalibilidad o por la idiotez del pueblo, sino por una triste incapacidad de los demás actores para conectarse y generar un amplio campo de identificación con el grueso de las personas.
Lamentablemente la defensa del buen gusto y la razón crítica no van a definir una elección, y dejando de lado la doble moral que muchas veces contiene, quejarse de candidatos borrachos, nacos o locos, contribuye a reforzar el malestar y el desprestigio, pero poco campo abre para esperanzas que movilicen. Y entonces, poderes místicos e irracionales seguirán marcando la pauta del devenir político y social, aunque a los enciclopedistas contemporáneos les moleste.