Peña Nieto: el ciclo autoritario

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Cuando Enrique Peña Nieto era candidato a Presidente de la República, la crítica ciudadanía mexicana se desvivió en denuncias y burlas porque el candidato no era culto, porque no leía, porque era tonto…

Lo cierto es que Peña Nieto tiene una licenciatura por la Universidad Panamericana (Opus Dei) y presentó una tesis que versa sobre el presidencialismo mexicano. En este trabajo el autor (EPN) explora los beneficios del presidencialismo a través de las reformas de Álvaro Obregón.

En su formación académica está asentado: Peña Nieto abraza el presidencialismo como columna del Estado Mexicano, y al tomar como ejemplo al sangriento general Obregón, muestra sus tendencias autoritarias.

El antecedente académico de Peña Nieto viene acompañado de su historial político con la represión en San Salvador Atenco. Cuando los estudiantes de la Ibero lo recriminaron por este episodio, el entonces candidatos se escudó en un discurso al estilo Díaz Ordaz: el ejercicio de la fuerza del Estado como razón del Estado. Pero para el público fue más gracioso recordar que se escondió en el baño.

Peña Nieto está subestimado, su rentabilidad como candidato no tuvo tanto que ver con su imagen como con la afinidad de un viejo PRI que se modernizó abrazando el ideario de la ortodoxia dominante en las redes de poder global.

Para ello el Revolucionario Institucional incorporó paulatinamente un discurso promovido desde hace décadas por las fuerzas que impulsaron una previa modernización de la administración pública y el ascenso del poder del PAN. El PRI se disolvió en su propia estrategia de cambio, perdió sostén corporativo y quedó desajustado de un referente de legitimidad.

El objetivo del gobierno de EPN ha sido bien claro durante todo el sexenio: recuperar la rectoría del Estado. Y esto al menos ha requerido de tres líneas:

  • La transformación del ideario priista para embonar con las redes de poder de la economía global.
  • El fortalecimiento del poder Ejecutivo frente a las demás instituciones.
  • La consolidación de un Estado de seguridad apoyado en una fuerza pública orientada a la securitización de la vida cotidiana.

En los tres casos el saldo es la disminución de la democracia en una sociedad que está urgida de mecanismos efectivos para ejercer sus derechos civiles y políticos.

El gobierno de Peña Nieto y la ortodoxia de su proyecto histórico decidieron profundizar tanto la reforma económica, que sacrificaron la frágil estabilidad política del país e inauguraron una severa crisis que ninguna fuerza de oposición ha sido capaz de recoger, y ante la cual hay fragmentarias pero sólidas experiencias populares de reacción y organización.

La incursión de las fuerzas estatales para detener al comandante de la policía comunitaria y autodefensas del municipio de Aquila, Michoacán, así como la movilización de elementos de la policía federal y el ejército a Oaxaca para confrontar la reacción de la CNTE, son anuncios preocupantes. En los últimos meses también ha aumentado el asedio a las comunidades zapatistas en Chiapas.

El proyecto de modernización priista terminó en menos de tres años. Se agotaron los pactos y los tiempos de la negociación, viene el periodo de contención con un cúmulo de episodios que caminan sobre Ayotzinapa, la casa blanca, los viajes presidenciales, la subasta petrolera, la reforma hacendaria y la depreciación del peso impactando en el bolsillo y la paciencia de los mexicanos.

Las limitadas y sólidas experiencias de resistencia y organización están acompañadas de una multitud que todavía mantiene el contador web de las equivocaciones del presidente, y tiene en las redes y las calles una sólida estructura para volatilizar la indignación.