José Ingenieros, de los ideales

0
3408
Eduardo Ramírez

 

José Ingenieros fue un médico, psiquiatra, farmacéutico, sociólogo, psicólogo, filósofo y ensayista argentino que tuvo un fuerte interés por la política, pasó de adoptar una postura socialista a una anarquista, llegando a escribir para varios periódicos, fue amigo de José Vasconcelos y además tuvo la intención de ser presidente de Argentina.

Es un personaje bastante interesante sobre todo por ser un verdadero crítico de su época. En sus ensayos de “El hombre mediocre” y “Las fuerzas morales” resaltan temas como los ideales, la mediocridad, la democracia y de cierta forma, el sentido de la humanidad.

Una de las ideas centrales en sus ensayos destaca que la juventud ha guardado, por instinto y a fuerza de supervivencia, el secreto que mantiene viva la ascua de la conservación individual y de la especie; la renovación de ideales dirigidos a la llama de la perfección, pese a la naturaleza inalcanzable de estos. Cuanto más cerca se cree estar tanto más bifurcan los senderos, uno a uno hasta donde se quiera contar.

Para este autor la perfección es cada elemento de lo inconmensurable que tiende a equilibrarse con todo lo variable que lo rodea, en esa adecuación a la armonía del todo consiste la perfección de las partes, es una bella concatenación. Convienen unos ideales a otros en razón proporcional a su perfectibilidad; conforme más perfecto es un ideal más se puede vivir de él y más se debe trabajar por él. Ése es el verdadero alimento de la sociedad y del individuo.

Los ideales de antaño son sólo el eco de otros ideales, aún más antiguos, que fueron renovadores en su tiempo y espacio. Más vale admirarlos lo suficiente para evitar subyugárseles, procurando siempre dominarlos.

Un ideal persigue una verdad perfectible. La verdad de la ciencia es lógica; del arte, belleza; de la moral, virtud; del derecho, justicia. Cualquier senda de estas es digna de seguir, siempre y cuando sea un equilibrio entre el espíritu individual y el colectivo, es decir, un goce. Quien no ama la verdad cae de la barranca al abismo de las miserias.

Despierta curiosidad cómo un personaje puede morir y su obra vivificar. Ingenieros describe un escenario político y social que se repite, por desgracia, con bastante regularidad, un escenario donde los mediocres son personas loables, que pueden representar responsablemente a las huestes y elegir responsablemente a sus representantes.

La democracia, que es mediocracia maquillada, busca encasillar a la mayor cantidad de personas dentro de las rutinas que le favorecen. Pareciera que han condicionado a estas huestes para que en cuanto adviertan un cambio en la cómoda y equilibrada rutina ataquen o ignoren. También es válido afirmar que las masas siguen condicionadas por el miedo que ha gobernado, como un dictador, al espíritu íntimo de cada persona y al de las masas. Atacan sin saber, ignoran sin sospechar.

La mediocracia prefiere las sombras antes que al hombre digno, aquéllas abundantes en toda época y éstos escasos en el evo; las sombras adaptasen a los dogmas seculares que hacen del cuerpo una cárcel, los humanos dignos toman esos dogmas para cuestionarlos, analizarlos y domarlos, abriendo brecha en el infinito porvenir, esquivando los múltiples venenos que paralizan y domestican.

Quien no ama la verdad se dirige hacia el desfiladero de la inmoralidad y se niega a aceptar los millones de años de evolución que vibran en su sangre. Quien no ama la verdad niega su propia existencia.

La naturaleza no se equivoca. Da lo necesario. Selecciona. Hay quienes nacen en el abismo amalgamándose a la sombra, hay otros que nacen con la mirada clavada en la punta de la montaña, dispuestos al alpinismo. Los primeros son recipientes de los ideales de los segundos. Los primeros no han obtenido el corolario de que los segundos no se pueden contener.

Sin los segundos no hay evolución.

La inquietud espiritual desdibuja los desgastados sistemas que, con inocentes razonamientos, pretenden explicar fenómenos de la naturaleza. La acción del joven inquieto es rebeldía que afirma ideales reventando las mentiras vitales de la sociedad contra verdades vitales del ser.

Siendo la rebeldía acción de cambio, el joven es iconoclasta renovador y el senil dogmático conservador; ambos cumplen funciones en el desarrollo de la humanidad. Éstos guardan celosamente todos los preceptos que contuvieron la realidad, enseñándolo desesperadamente a causa de su moribundez. Aquél, arrebata los documentos empolvados de las manos secas del senil, para trazar nuevos horizontes en la evolución de la estirpe humana. Se explica por sí solo el ocaso de Europa y el amanecer de América Latina; tierras medradas de adultos mayores y tierras de crecientes jóvenes.

En resumidas cuentas, la historia de la humanidad de cuando en cuando es caldeada y redirigida por algunos genios y hombres dignos en su juventud mental. En el evo, las épocas transmutan de una en otra; ora tiempos absolutos, ora tiempos relativos. Todo ideal cae por fuerza de gravedad; en un instante de la eternidad, toda verdad relativa reemplaza a otra absoluta, hasta que la extensa verdad relativa se aletarga en la secularidad y tórnese estatua absoluta.