Autoritarismo de cuarentenas: el control que se sale de control

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Conforme avanza el conocimiento médico respecto a la forma en la que el Covid-19 actúa en las personas, se fortalece la tesis que sugiere que en muchos de los casos la muerte se da por una sobrerespuesta del sistema inmunológico, el cual produce una “tormenta de citoquinas”, un mecanismo de defensa que inflama los pulmones hasta obstruir su funcionamiento. 

En otras palabras, el cuerpo genera una reacción descontrolada y desproporcionada intentando contrarrestar el avance de un virus que desconoce, sacrificándose a si mismo de manera involuntaria. Un error de cálculo con consecuencias mortales. 

La desafortunada sobrerreacción del sistema inmunológico comienza a tener peligrosas similitudes con lo que está sucediendo en diversas partes del mundo, con una crisis de derechos humanos producida en el contexto de las respuestas sociales y gubernamentales a la emergencia sanitaria. 

El secretario general de las Naciones Unidas ha estado denunciando que en tiempos de Covid-19 se han multiplicado los discursos de odio, los ataques a grupos vulnerables, los excesos de las fuerzas de seguridad y en general “el etnonacionalismo, el autoritarismo y las medidas represivas” en muchos países del mundo. 

La agencia de la ONU para los Derechos Humanos confirmó recientemente la situación, señalando que ha recibido reportes de más de 80 naciones con todo tipo de calamidades: detenciones masivas en Sudáfrica y Filipinas, abusos policiales en las calles de Kenia y Honduras, censura y arrestos de periodistas o médicos que cuestionan las estrategias sanitarias en China. 

En El Salvador, un presidente cada vez más fascista presumió con orgullo fotografías de presos en sus cárceles: desnudos y con las manos atadas, los pandilleros miraban al piso en una escena que recuerda a los campos de concentración alemanes. Con cinismo, les obligaban a portar cubrebocas.  

La cereza del pastel se dio en Nigeria, cuando su organismo de Derechos Humanos denunció que distintas fuerzas de seguridad habían ejecutado cuando menos a 18 personas haciendo cumplir la cuarentena obligatoria. Ha crecido el número de reportes similares en muchos otros países. Literalmente se está empezando a matar gente con el pretexto de evitar muertes. 

La crisis no solo se está produciendo sobre lo que los gobiernos están haciendo, sino también sobre lo que no están logrando (o intentando) evitar. Esta semana se publicaron estimaciones sobre las afectaciones laborales de los cercos sanitarios: mil 600 millones de trabajadores informales en el mundo (y las familias que dependen de ellos) están en alto riesgo de perder su fuente de supervivencia.   

En África, Asia y América Latina, 265 millones de personas estarán padeciendo hambre para finales de año, y en las regiones más aisladas se incrementarán significativamente las cifras de embarazos no deseados, las mutilaciones genitales femeninas, y los matrimonios infantiles forzados por razones relacionadas con las medidas de confinamiento sanitario. 

El mundo -o el sistema sociopolítico en el que se produce- está generando una tormenta de respuestas descontroladas para enfrentarse a una epidemia que todavía no conoce bien. Si no hacemos algo para equilibrar sus efectos, terminará por asfixiarse a sí mismo en un irónico homenaje a los sistemas inmunológicos que están matando a sus pacientes por tratar de defenderlos. 

Tomar acciones contra los efectos nocivos de las cuarentenas no significa respaldar a quienes demandan el levantamiento de las medidas sanitarias -muérase quien se muera- para salvar la economía. Por el contrario, detener las respuestas tóxicas tiene que ver con adoptar de manera urgente perspectivas de derechos humanos, en dónde todas las medidas aplicadas cumplan criterios completamente científicos (también desde las ciencias sociales) y sean realmente proporcionales al riesgo sanitario. Cualquier otra cosa es bullshit y complejos de poder.

Corolario

Pasó completamente desapercibido un pequeño detalle que en otros tiempos hubiera sido motivo de escándalo en nuestro país: marzo fue el segundo mes con mayor número de homicidios registrados en la historia de México. 

Mientras el gobierno federal anuncia tres conferencias diarias relacionadas con los efectos del coronavirus, dice muy poco con respecto al repunte de la crisis de violencia, la cual en términos numéricos es tan grave como la primera, pero por alguna razón no adquiere la misma importancia simbólica y mediática. 

De hecho, la estimación oficial del número de muertos que podría dejar el primer ciclo de la pandemia de Covid-19 en el país (8,000) es menor a el número de decesos producidos por violencia (8829) en el primer trimestre del año. Una se incrementa de manera exponencial y otra persiste exponencialmente en el tiempo. 

¿Qué pasaría si se hiciera una conferencia diaria para anunciar el número de víctimas en cadena nacional? ¿Si cada semana se concertaran nuevos recursos y alianzas para mejorar la estrategia de seguridad? ¿Y si en los medios de comunicación se discutiera sobre el problema de la emergencia social con la misma energía con la que se habla de la crisis sanitaria? 

 ¿Qué pasaría si como con el virus, la iniciativa privada anunciara donaciones millonarias e inversiones masivas para investigar la violencia? ¿Si los políticos fueran a la calle a buscar desaparecidos, así como van ahora a repartir cubrebocas? ¿Y si las escuelas y universidades implementaran estrategias de prevención de riesgos entre sus alumnos con la misma rapidez con la que los previenen del contagio? 

¿Qué pasaría si nuestra sociedad exigiera alternativas para potenciales narcos y víctimas con la misma decisión con la que en este momento exige que las personas contagiadas tengan una oportunidad de vivir? No sabemos qué pasaría. Pero, de la misma manera en que nos enfrentamos a un virus que no podemos controlar, tenemos que mirar con más fuerza hacia un problema que ya no podemos ignorar.