Antropoceno, capitaloceno y los megaproyectos en Colima

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“Por tanto, como por un sólo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado, la muerte, y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.” 

Carta de San Pablo a los Romanos 5, 12.

Y desde entonces, todos los seres humanos cargamos, queramos o no, con esa culpa heredada de nuestros primeros padres, heridos permanentemente con la llaga del pecado original.

El mundo moderno, creado a imagen y semejanza de la burguesía liberal, arrinconó las ideas religiosas al ámbito privado. Sin embargo, la búsqueda de salidas a la crisis ambiental que vivimos ha sacado de los escombros feudales la vieja idea cristiana del pecado original para pintarla de verde y mostrarla al mundo como símbolo de vergüenza pública: el ser humano lleva en su esencia al destructor de los ciclos naturales, todas y todos somos ecocidas.

La tesis del “Antropoceno”, presentada por Paul Crutzen en el año 2000 y expandida entre medios académicos y activistas, es la muestra más elaborada del pecado original ecocida. Ésta afirma que hemos entrado en una nueva era geológica en la que la acción de la especie humana ha propiciado cambios en las dinámicas biológicas y geofísicas a escala mundial.  Este concepto ahistórico omite que aunque el ser humano lleva en la tierra unos 200 mil años, la crisis ambiental comenzó hace apenas 200 años, coincidiendo con los inicios de la Revolución Industrial. ¿Y qué fue lo que se desató con la aplicación de la máquina de vapor en la industria europea? La expansión mundial de los mercados y la carrera por producir más y más a costa de los ecosistemas, de la clase trabajadora y de los pueblos colonizados.

El Antropoceno no explica que en 2015, la mitad de las emisiones de dióxido de carbono fueron ocasionadas solamente por el 10% de la población con más riqueza y que desde 1751 a 2010 fueron nada más 90 grandes empresas las que emitieron el 63% de los gases de efecto invernadero, bien localizadas en un puñado de países imperialistas (Estados Unidos, China, Rusia, India y Japón). La responsabilidad entonces no es del ser humano en abstracto, sino de una clase social en concreto y un sistema de producción y consumo particular: el capitalismo. Por eso, nos parece mucho más veraz científicamente y útil políticamente usar el término Capitaloceno para hablar de este periodo en el que afán de lucro de una minoría millonaria está llevando al límite la capacidad de los ciclos naturales.

Como menciona Daniel Tanuro, experto en medio ambiente y militante ecosocialista belga, son dos las actividades económicas claves en el desarrollo del cambio climático: la destrucción de los sumideros de carbono a través de la deforestación y las malas prácticas agrícolas, y el uso de combustibles fósiles como fuente de energía. En Colima, la gran industria no es una actividad económica significativa, pero existen dos megaproyectos en el ámbito comercial y extractivo que conllevan la destrucción de amplias áreas naturales que sirven de sumideros para el dióxido de carbono disperso en la atmósfera.

El primero es la ampliación del Puerto de Manzanillo en cuatro terminales sobre los manglares de la Laguna de Cuyutlán, un ecosistema que se encuentra entre los más amenazados del mundo y que además funge como barrera protectora contra los fuertes vientos y oleadas que traen los huracanes consigo y como fuente de alimentación y empleo para las comunidades ribereñas que se dedican a la pesca. El gobierno de López Obrador ha anunciado la inversión de 23,500 millones de pesos y el trabajo en conjunto con los grandes empresarios de la Confederación Patronal de la República Mexicana para realizar este megaproyecto que ha sido calificado ya por el director de la Administradora Portuaria Integral como “una de las acciones e inversiones más impactantes del sexenio”.

El segundo es la construcción del Nuevo Taller y Terrero Oriente, aprobado por la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, por parte del consorcio minero Peña Colorada, que, como denunciaba en mi anterior columna (http://www.perriodismo.com.mx/2020/02/05/el-capital-o-la-vida-pena-colorada/) implica la tala de 133 hectáreas de bosque con todo lo que esto significa para la biodiversidad, el ciclo del agua y la vida de las comunidades indígenas aledañas.

En el Capitaloceno, la vida se subordina al afán de lucro de los grandes empresarios al mismo tiempo que pasan la factura de su destrucción a las mayorías que no producen ni consumen como ellos: “¿qué haces mirándome a mí si tú eres el culpable de esta catástrofe? Tú y todos los de tu especie. Pero para expiar la culpa original te ofrezco el sacramento de la reconciliación accesible en tu Walmart más cercano: productos bio, orgánicos. Anda, cómpralos y regresa a tu casa a consumirlos, que si es que hay salida a esto será por la estrecha puerta de la conversión individual”.

¿Cómo ir construyendo una alternativa por y para las mayorías que sufrimos de primera mano las consecuencias del cambio climático? En la próxima columna esbozaré algunas propuestas.