Una campaña de Movimiento Ciudadano ha logrado encantar a muchos y ponerse en el ojo del debate incomodando a otros. Un ejercicio de traducción del enojo ciudadano en conceptos fuertes ha sido parte del éxito de la campaña de los huevos.
Mientras los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales se salpican de una desigual guerra sucia entre PRI y PAN, Movimiento Ciudadano y Locho sobresalen atrayendo miradas -y polarizandolas- con una imagen fresca y provocativa.
Así como cuando Vicente Fox irrumpió en el escenario con estridencia, sencillez y ramplonería, ahora en Colima MC experimenta una campaña insinuante. Un par de huevos y un pito fueron la primer piedra en el estanque. Y ya sea para celebrar, condenar o poner en ojo crítico el lenguaje, esta piedra hizo olas en una acotada opinión pública que le gusta debatir.
Después han aparecido imágenes que sustituyen los huevos por pelotas, y también un video que incluye entre sus personajes una voluptuosa figura femenina con frases en doble sentido, una imagen que no dista mucho del uso que hace televisa de la provocación a través de conductoras o edecanes.
Pero no podemos juzgar moralmente por esta campaña a Movimiento Ciudadano o a Locho, y como ha circulado en las redes sociales, seguramente quien lo haga puede ser calificado de hipócrita o portador de doble moral.
No podemos juzgar moralmente la polémica campaña del lenguaje coloquial porque no tiene como objetivo crear ciudadanía, impulsar la igualdad o promover derechos. No, la campaña de los huevos está dirigida a llamar la atención y conseguir simpatías.
Y en ese sentido la campaña de MC no dista mucho de las estrategias de discurso de Jorge Luis Preciado; uno utiliza los huevos, el otro habla de tortillas, frijoles y chiles. La consigna es conectar con el público. Recuerdo que uno de los grandes éxitos de la precampaña de Gustavo Vázquez Montes fue la frase «le gustan los tacos».
Creo que esta igualación de estrategias es lo que mueve la molestia de algunos, porque de pronto parece que MC se puso a la altura de los que dice ser diferente, y no por vulgar, sino por instrumentalista.
¿Es preferible el sexismo que el clientelismo político? Si se privilegia la imagen y el manejo emocional en una campaña ¿cómo no poner en cuestionamiento la promesa de diferencia? Y es que detrás de una atinada estrategia para llamar la atención no hay nada más que la oferta de siempre: que se vayan los malos para que lleguen los buenos (y honestos), como si la política se tratara de un concurso de atributos morales incorruptibles.
Claro que hay muchas cosas más importantes que debatir más allá de mensajes publicitarios provocadores, pero eso es lo que nos propone esta campaña. Si lo indignante es la deuda, la corrupción o los ancianos sin pensión, deberían poner eso en el debate, no es fácil pero para eso existen las estrategias de comunicación y marketing, y ciertamente los huevos no son un recurso tan creativo como parece.