Crítica y exigencia al gobierno actual

  Los motivos de la presente están fundados con una profunda decepción de la autodenominada oposición mexicana. Gran parte de las críticas que se pueden leer en los diversos medios de comunicación y redes sociales o que se escuchan por las calles son débiles, ya que atienden a la forma y no al contenido. Las críticas más fuertes, de mayor a menor, son las relacionadas con índices económicos, feminicidios, violencia en general y el mal manejo de la pandemia, pasando por la sarcástica rifa del avión presidencial, la cancelación de proyectos acomodados, la supuesta cortina de humo derivada del escandalo de corrupción más grande en la historia de México y la destrucción de las santas instituciones, terminando en la transición al comunismo o la burda adjetivación de los más viscerales, intelectuales o no.  De las cuales sólo las relacionadas con la violencia me parecen críticas relevantes, el resto son críticas superficiales fácilmente sometidas a términos relativos y/o subjetivos por grupos de interés. Por tanto, expondré algunas situaciones que el gobierno en turno podría mejorar de manera exponencial, además de cambios sustanciales en la cultura de violencia. La primera está relacionada con una cierta obsesión con el petróleo, la cual es completamente comprensible si consideramos que el petróleo y la industria automotriz hacen girar la economía mundial. No obstante, todo el dinero que se va a invertir en recuperar, restaurar y limpiar PEMEX bien podría servir para fomentar la puesta en marcha de las energías renovables en México, es decir, mover el alfil para las siguientes jugadas en el escenario nacional y global. Esto, evidentemente, requeriría de gente altamente especializada en estos temas, lo que lleva al siguiente punto. El desarrollo de un aparato científico y tecnológico capaz de mantenerse a la vanguardia de nuevos descubrimientos y nuevas técnicas que finalmente favorecerán a todos, y cuando digo todos me refiero a todo ser vivo y todo ecosistema. Sin embargo y como ya casi es ley histórica, la cerrazón de algunos pocos determinará la de vida de la gran mayoría.  Lo más probable es que no se obtengan resultados inmediatos como se desearía, lo cual puede ser una de las principales causas para que los gobiernos no inviertan en ciencia, no obstante, es necesario hacerlo si queremos perpetuar como especie. Invertir en ciencia es de las mejores inversiones que cualquier Estado puede hacer; mejor que esto sólo la generación de conocimiento en sí misma. Claro, sin caer en los errores de una tecnocracia. Entonces, el apoyar a este gremio e impulsar las energías renovables son acciones que no tendrían resultados a corto plazo, pero a largo plazo recuperaría con creces el tiempo, dinero y el esfuerzo invertido. Última crítica de la presente y quizás la más polémica ¿Qué nos hace pensar que los pueblos originarios quieren el tipo de progreso que ofrecen las sociedades capitalistas? Esto en torno al Tren Maya. Por un lado, entiendo que desde la perspectiva típicamente occidental el sur del país ha sido olvidado y no ha recibido la bendición del dinero, sin embargo, el EZLN y los pueblos originarios no piensan lo mismo. Ellos quieren proteger la naturaleza, desarrollarse en su propio sistema y no ser arremetidos por eso, petición estructuralmente difícil de cumplir, dados los orígenes competitivos y no cooperativos del sistema impositivo global actual. Aquí lo que está en riesgo más que las consecuencias ambientales y económicas que susciten inmediatamente al terminar el Tren Maya son las consecuencias a largo plazo que esto traería, ya que el género humano civilizado y de pensamiento de masas, siendo como es, llevaría cerca de las vías férreas negocios, industria, minería, hoteles y posteriormente lujosas colonias, que con el paso del tiempo irían creciendo hasta confirmar el pronóstico destructivo del EZLN. En un segundo la crítica se convierte en exigencia individual y nacional. Si bien es cierto que la gran huella que dejará el gobierno actual será la de la lucha contra la corrupción, no por esto se deben olvidar otras áreas importantes. Por ejemplo, el hecho de que se vayan a desaparecer fideicomisos originalmente destinados a ciencia, cultura, arte, crisis por desastres, víctimas de violencia entre otros, por haber sido sometidos a mal manejo, este apoyo económico tiene que reaparecer en forma honesta e incluso en mayor cantidad. En concreto, la exigencia es por país ejemplar que pueda convivir y cooperar con otros ecosistemas y con otras sociedades sin la necesidad de estar invadiendo a unos o a otros, donde las interacciones dejen una ganancia material y cultural por mitad para cada parte.

La banalidad del mal

  La semana pasada escribí sobre violaciones a los derechos humanos cometidas por los gobiernos de Estados Unidos y China, los países más poderosos del planeta. Hace unos días, el canciller Marcelo Ebrard reveló que mexicanas en centros de detención de migrantes fueron sometidas a procesos para removerles quirúrgicamente el útero, sin su consentimiento. Lo que expuso el canciller es algo atroz, pues además del sufrimiento al que fueron sometidas esas mujeres, parece que una institución que ejecuta una política del gobierno estadounidense cometió un crimen de lesa humanidad. Aunque las investigaciones aún no han terminado, la evidencia parece bastante consistente, pues ya no son las preocupaciones de una enfermera que llena una queja de mala praxis en el centro de detención, sino que hay testimonios de víctimas que corroboran lo expuesto en la queja. Así, todo apunta a que se realizaron esterilizaciones forzadas a migrantes mexicanas y latinoamericanas, acto que rememora los más siniestros momentos de la historia de la humanidad, en los que la muerte de pueblos fue política de estado. Aunque no asesinaron a esas mujeres, sí mataron la posibilidad de traer otra mexicana a este mundo, otra latinoamericana a este mundo. Por lo que sabemos, es factible pensar que los médicos a cargo de los procesos ignoraron los principios más básicos de bioética al no obtener el consentimiento para el proceso; pero debemos considerar que existió una colusión de los encargados del centro de detención, pues es imposible que no se percataran en la prevalencia de procedimientos quirúrgicos que terminaban en la esterilización de quienes eran prácticamente sus prisioneras. Y esto nos deja una pregunta fundamental por contestar, ¿Qué incentiva a que un ser humano hiera con tanta crueldad a otro? Quienes aprobaron las esterilizaciones y las llevaron a cabo actuaron de manera monstruosa, pero no creo que sean monstruos. Es tan simplista como es improbable creer que, de todos los lugares y de todos los momentos en los que podrían estar estos individuos, terminaron en un mismo centro, donde pudieron actuar con relativa impunidad hasta que una enfermera con una pizca de decencia los denunció. Además, creer que es la culpa de unos cuantos individuos que eran monstruos lo convierte en un tema de individuos, cuando no podemos negar que hay condiciones sociales que llevaron a esto. Hannah Arendt llamó a eso la banalidad del mal. La idea de que individuos pueden ejercer violencia y odio no por ser intrínsecamente malos, sino por replicar los comportamientos que han aprendido y por seguir siendo parte de la comunidad en la que existen. Al final del día, una parte muy importante del discurso político y de algunas comunidades estadounidenses es el racismo, a veces disfrazado de política inmigración o de cuestionamientos sobre el comportamiento entre los grupos étnicos en el país, a veces simple racismo. Sin quitar la responsabilidad a quienes llevaron las esterilizaciones forzadas, debemos considerar que es una acción perversamente lógica de un sistema que incentiva a la crueldad contra los diferentes. ¿Por qué no esterilizar a las madres de los violadores, criminales y narcotraficantes, que fue como Trump se expresó de nosotros latinoamericanos? ¿Por qué no sabotear la comida de las mulas de los carteles, que es lo que hacen las “milicias ciudadanas” que “patrullan la frontera”? Quisiera que cerrar este texto fuera sencillo, que hubiera una solución que implementar, pero es un problema que, aunque nos afecta, requiere de acciones que van más allá de lo que podemos hacer como nación. Lo que si podemos hacer es indignarnos y exigir justicia, y tal vez, suficiente gente se indigne con nosotros por la atrocidad cometida como para que un cambio sea posible.

Los millonarios no arman casas de campaña

  Conocí al Congreso Nacional Ciudadano (CONACI) durante las movilizaciones contra el gasolinazo de principios de 2017. Participaban en las marchas y asistieron a las primeras asambleas populares que convocamos. Aunque en ese momento coincidían con nosotros en repudiar al gobierno de Peña Nieto por el alza al precio del combustible, pronto salieron las discrepancias: a partir de su rechazo a la política lanzaban propuestas que apuntaban al adelgazamiento del Estado mientras se mantenía intacto el poder económico. ¿Acaso entre los miembros del CONACI en Colima estaban los Brun o los Sánchez de la Madrid? Para nada. Era un grupo de personas de mediana y madura edad que tenían pequeños negocios o eran abogados, médicos, arquitectos y jubilados que se sentían más identificados con los intereses históricos de los grandes empresarios que con los de las clases populares de las que provenían. Con el plantón de casas de campaña vacías en la Ciudad de México, el Frente Nacional Anti-AMLO (FRENA), organización impulsada por el mencionado CONACI, ha sido primera plana de los periódicos nacionales. Y desde los defensores de la 4T han salido disparos de tinta tachando a los manifestantes de ser los grandes ricos privilegiados del periodo neoliberal que se niegan a pagar impuestos y a perder su poder. Como apología del gobierno de López Obrador puede funcionar, pues si ellos son la mafia del poder que salió de sus mansiones para protestar, el presidente es el revolucionario que solo busca el bienestar del pueblo aunque se pelee con los poderosos. Pero como análisis de quién es quién en la situación política de México, se trata de una falsa caracterización que no asume la complejidad del fenómeno y que nos deja desarmados para actuar contra este germen de la ultraderecha que tanto ruido está haciendo en el escenario nacional. Para empezar, su dirigente, Gilberto Lozano no es un gran empresario, sino que trabajó como ejecutivo de corporaciones como FEMSA y Rayados de Monterrey. Era un alto puesto, pero no era el dueño del capital. Él mismo menciona con desprecio sus orígenes obreros: “si le hubiera hecho caso a la gente que me rodeaba, yo creo que todavía viviría en una colonia popular”. Es abiertamente católico conservador y, hasta hace unos años, panista, cuando dicho partido tenía el consenso de todo el espectro de la derecha. Otros nombres de FRENA más o menos conocidos son el comunicador antiobradorista Pedro Ferriz, el hijo de una vieja familia simpatizante del fascismo, Juan Bosco Abascal, y Pedro Luis Martín Bringas, con quien los dueños de Soriana marcaron distancia tras su anuncio de participación en este frente. La base social de FRENA no son entonces los magnates, sino la llamada “clase media” conservadora (los pequeños empresarios y profesionistas) cuyo poder adquisitivo se ha venido deteriorando a través de las administraciones neoliberales y que se horrorizan ante el hecho de ver transformadas las referencias simbólicas que les dan identidad y seguridad: la familia, la patria y la religión. Por eso, además de buscar un chivo expiatorio para su desgracia, rechazan a los migrantes, al feminismo, a las personas LGBT y a todo lo que para ellos huela a izquierda, como el gobierno de AMLO.  Los millonarios no marchan ni arman casas de campaña. Una parte de ellos, la más intransigente, está golpeteando la administración de López Obrador a través de las cámaras empresariales, los grandes medios de comunicación y los partidos tradicionales. La otra parte, la más inteligente y acomodaticia, está sacando jugosas ganancias con la construcción del Tren Maya y la distribución de los programas sociales. Aunque minoritario por ahora, FRENA es un fenómeno preocupante en un contexto mundial de aparición de expresiones políticas de ultraderecha, alimentadas por la debacle económica, el fracaso de los gobiernos progresistas que terminaron cambiando poco y la imposibilidad de las organizaciones revolucionarias para ofrecer una salida a la izquierda. A la extrema derecha no se le derrota con memes, sino con lazos comunitarios y de solidaridad social y con la construcción de una opción política claramente transformadora que apunte contra los verdaderos causantes de esta crisis: los grandes empresarios dentro o fuera de la 4T.

Ecos

  El espectáculo que nos muestra el mundo hoy es tan inédito como lo ha sido siempre, la historia del tiempo está comprimida en este momento. Todo lo que sucede ahora emana del mar de las posibilidades, de las leyes universales que lo gobiernan todo y que hasta donde sabemos siempre han existido, considerando las posibilidades como razonamientos enteramente abstractos que se van derrumbando unos a otros hasta formar la materia típicamente llamada inorgánica, la cual luego de eones constituirá lo que solemos llamar vida. Dichas leyes nos son conocidas gracias a una serie de corrientes filosóficos, sistemas religiosos y por supuesto al método científico. Estos procesos iniciaron en el mismo instante de la gran explosión, agrupándose en razonamientos más o menos probables, siendo los más probables los que logran materializarse. Entre las leyes universales hay múltiples razonamientos, algunos de naturaleza paradójica como la creación y la destrucción, ambos necesarios y complementarios, ya que si anulamos el proceso creativo no habría nada que destruir y si anulamos el proceso destructivo dejando al proceso creador sin frenos entonces todo en algún punto ya estaría creado y este proceso terminaría. Así, desde siempre se han creado y destruido materiales hasta constituir el mundo como lo conocemos, incluido el humano. De esta forma, todas las cosas guardan en su esencia estos dos procesos, sujetas evidentemente a otras tantos fenómenos más grandes o más pequeñas que guardan dentro de sí los mismos procesos en diferente grado y proporción.  Otra forma en que se expresan las leyes universales en la cotidianidad es en la formación del universo y sus partes en sistemas. De átomos a galaxias, pasando por elementos químicos, moléculas, células, órganos, animales, sociedades, ecosistemas, en fin, todo parece estar organizado en forma sistémica, de lo más pequeño a lo más grande. La sociedad humana es un buen ejemplo esto, está agrupada de tal forma que debemos interactuar unos con otros en aras de la supervivencia de la especie. Tenemos grupos que se encargan de cosechar, otros que se dedican a la ganadería, una clase obrera que ejecuta los grandes proyectos tecnológicos, tenemos científicos a la vanguardia de nuevos conocimientos, maestros que enseñan y alumnos que aprenden, políticos que administran, ladrones que roban, matones que matan. Todos cooperamos sabiendo o no al engranaje de la sociedad en sistema. Aquí quiero abrir un paréntesis, que hilaré hacía el final, para señalar la organización en sistemas en las múltiples disciplinas de conocimiento que hemos creado, siendo su punto inicial la filosofía, desembocando en ciencia, religión, arte, matemáticas, derecho y política, añadiendo las que falten y todas sus posibles combinaciones. A propósito, un error fundamental en la comprensión del mundo es observar sólo desde una postura, lo cual derrumba todas las demás formas de entendimiento, las cuales de hecho también son acertadas, ocasionando el encasillamiento mental y un gran sesgo epistémico ¿Qué nos hace pensar que la labor del científico no es también una acción política y espiritual, o que está influenciada de alguna manera por estos agentes? La realidad es mucho más compleja de lo que podemos llegar a imaginar, puesto que somos seres filosóficos, físicos, químicos, biológicos, fisiológicos, psíquicos, religiosos, históricos, artísticos, sociales, políticos y un sinfín de etcéteras. No obstante, todo el conocimiento alcanzado hasta la actualidad tiene que ver más con lo que el humano es que con la realidad en sí como creemos, aunque también hay que reconocer que la era de la información está dando grandes pasos a la objetividad. Cierro paréntesis. Además de las dos anteriores, otra de las características esenciales del universo aplicables a todas las cosas es la de la particularidad y la generalidad. Hay cosas individuales que pertenecen a un orden mayor, por ejemplo, los planetas están tan bien definidos que no podemos confundir a marte y a venus como un mismo planeta, pero sí podemos decir que estos dos planetas pertenecen al sistema solar junto a otros astros. De la misma forma no podríamos afirmar que dos personas son iguales aunque tengan muchísimas similitudes, debido a que tienen dentro de sí el principio de subjetividad-individualidad, desde ésta óptica todos somos seres únicos. Pero de forma general sí podemos decir que somos todos iguales debido a que pertenecemos a la misma especie. ¿Qué tienen que ver estas leyes con lo que sucede actualmente? Observemos cómo procesos destructivos y creativos se echan a andar en los sistemas particulares y generales. El calentamiento global como producto de la actividad humana desmesurada ha traído destrucción de los ecosistemas y extinción de especies; la pandemia del coronavirus ha venido a destruir vidas humanas y, de cierta forma, varios otros sistemas como la economía, la educación, las artes, los deportes; la tecnología es usada para atacar gobiernos e influir en las decisiones de las masas, violencia mental como forma de destrucción. Exactamente de la misma manera, el calentamiento global, el coronavirus y la tecnología han traído procesos creativos en tanto que se buscan alternativas a estos problemas. Por lo que hay que saber muy bien qué hacemos con lo que tenemos, hay que saber qué destruir y qué no destruir, así como hay que saber crear donde hace falta. Pero el mayor problema que enfrenta la humanidad es de carácter epistémico, el cual deriva de la inconsciencia del orden de las leyes universales en la sociedad, y no sólo me refiero a las referidas arriba, también hablo de las siguientes tríadas: subjetividad, individualidad y relatividad por un lado, y objetividad, colectividad y generalidad por otro. Es un problema de perspectiva proveniente de la manera en que se enseñan las distintas ciencias y disciplinas, pues hemos aprehendido que debemos situarnos de un lado de balanza, cuando en realidad todo es verdad, al menos a nivel mental, en tanto que esto a su vez tiene un efecto en mis acciones. Y es que no sólo somos seres individuales y subjetivos desde donde podemos percibir el mundo de una manera única gritando a todos los vientos nuestra verdad e ignorando el resto de las verdades, sino que también es igual de cierto que todos somos parte de un solo ser. Existe mi verdad subjetiva y existe una verdad objetiva que lo engloba todo. Esto dependerá del tipo de observador desde el cual estemos apreciando tal o cual fenómeno.  Este problema no será fácil de superar puesto que requiere de una batalla que encarna todas, una batalla tanto personal como colectiva, estrechamente ligada a la educación y la cultura. Es la clásica batalla por saber quiénes somos, de dónde venimos, dónde estamos y a dónde nos dirigimos, como individuos y como especie. Ya vivimos las leyes universales, de otra forma no estaríamos aquí, pero no las vivimos de manera consciente, lo cual marca una radical diferencia a la hora de tomar decisiones personales, políticas y ambientales. Si como especie no damos el paso a la conciencia el futuro que nos depara no será nada prometedor, nos habremos apuñalado a nosotros mismos al agotar todos los recursos y al haber presionado el botón de la extinción masiva. Así, tenemos que, pese a que esto no es siquiera una introducción, la manera en que el universo tiende sus ecos desde sus orígenes y desde las profundidades de cada cosa o ser encierra la historia del universo, una forma distinta de contar la misma historia, dependerá del observador saberla leer.  

Reyes y leyes

  La eterna pregunta de las ciencias sociales es como construir mejores gobiernos. Maquiavelo, contrario a la creencia popular, escribió en sus discursos que para defender a la libertad y el bienestar general se necesitaba un gobierno de ciudadanos con excelente calidad moral. David Hume, por el otro lado, creía que solo los ingenuos confiarían en la buena voluntad de los gobernantes, pues tarde o temprano serían presas de voluntarismos, caprichos o arbitrariedades. Hume estaba convencido que una república debía ser capaz de soportar hasta al peor de los malvados mediante leyes e instituciones sólidas que funcionaran como mecanismos de control. Atinadamente observó que las instituciones son parte fundamental del buen funcionamiento político de cualquier estado, y por lo tanto de la calidad de vida de los habitantes del estado. Aparentemente, el tiempo se puso del lado de Hume. Acemoglu y Robinson encontraron que los países altos indicadores de desarrollo humano, respeto por los derechos humanos y desarrollo económico tenían instituciones incluyentes, transparentes y orientadas al cumplimiento de la ley; mientras que los países con bajos indicadores de desarrollo humano, violación de derechos humanos, corrupción y bajo desarrollo económico tenían instituciones excluyentes, extractoras de rentas, opacas y con nula rendición de cuentas. Aunque su investigación es interesante, adolece de un punto fundamental: no logra explicar cómo surgen dichas instituciones, o que componentes las vuelven funcionales en un entorno y en otro son elementos cooptados por gobernantes malvados. Por suerte, Bueno de Mesquita, Smith, Siverson y Morrow se hicieron esa pregunta. ¿Por qué en algunos lados el gobierno está en manos de élites corruptas y represoras, mientras que en otros se consolidan repúblicas? Para ellos, la respuesta se encuentra en la proporción de ciudadanos capaces de influir en el gobierno y en los arreglos institucionales que les permiten influir en el gobierno. Indudablemente hacen falta leyes claras e instituciones bien diseñadas para volver operativo el control a los gobernantes, pero si las personas que pueden exigir cuentas son pocas, las instituciones serán inservibles. México tiene problemas estructurales severos. El diagnóstico de López Obrador respecto a muchas instituciones del país no es errado, pues como señaló Mara Gómez en su renuncia a la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas, esa institución, seguramente como muchas más, es presa de grupos de interés que pervierten sus objetivos para convertirlos en instrumentos de extracción presupuestal y negociación de cotos de poder. Un escenario así solo incentiva a las élites a negociar entre sí mediante estrategias de conquista de espacios, dejando de lado el servicio a los ciudadanos. Sin embargo, la propuesta de solución que hace el presidente no es lo que necesitamos. Desaparecer las instituciones no va a mejorar la situación, sino que creará más condiciones para que el gobierno actúe sin contrapesos, sometido a los designios de la voluntad sentada en la silla del águila. Si todo lo demás se mantiene constante, el fin de esas instituciones terminará con espacios que exigen cuentas a la actuación presidencial, por lo que se profundizarán los problemas de actuación arbitraria y falta de incentivos para políticas públicas adecuadas. Concuerdo en que hacen falta reformas a instituciones clave de México, pero no con el objetivo de destruirlas, sino de mejorar el modo en el que rinden cuentas a la ciudadanía. El reto es enorme, pues hay resistencias severas ante cosas tan simples como ofrecer los fundamentos en los que se basan las declaraciones de servidores públicos; dar cuenta simple y precisa del uso del dinero público; o incluir a personas que no sean parte del 2% más rico del país en los mecanismos de toma de decisiones. A la par, se debe trabajar fuertemente para incrementar la participación ciudadana, pues sin ello jamás habrá buenos resultados. Los mecanismos de rendición de cuentas son inútiles si la gente no los conoce, no se interesa por ellos o no los puede usar. A 20 años de la “primer transición”, las tareas pendientes siguen. Las instituciones que deberían empoderar a los ciudadanos no lo hacen porque no han sabido (o querido) ponerse a su disposición. Mejoremos las instituciones, para que le den poder al individuo.