Mi error: no ser fotógrafo

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Por Oscar Armando Martínez

* Texto publicado originalmente en la curaduría “El error en la fotografía” de la plataforma web del Proyecto 1×1, espacio para difundir el trabajo fotográfico contemporáneo. http://proyecto1x1.com/2015/12/18/7830/

Sin duda no soy fotógrafo, se podría decir que tampoco fotogénico, pero ese es otro cantar.

Mi relación con el mundo de la cámara es  nefasto. Mi pulso nervioso no me permite sacar una imagen sin que esta se vea movida y la miopía me hace desenfocar casi al propósito.

Esto si hablo únicamente de los  impedimentos físicos. Pero si toco las limitaciones conceptuales,  no conozco los elementos que hacen que una imagen sea una buena foto. Claro que cualquiera puede tomar una cámara o un celular, disparar y argumentar que lo suyo es arte, pero está fuera de la realidad.

Otro de mis impedimentos ha sido una aberración casi patológica a la tecnología, que he aprendido a superar, pero que no me ha dado ese entendimiento de la luz y la velocidad.

Para terminar con este listado de excusas, sólo me falta revelar que compré una cámara Sony semiprofesional que abandoné en la casa de mis padres y que hasta hace poco recolectaba polvo en un armario.

Pero no escribo este ensayo únicamente para dar pretextos, sino para precisar uno de los errores que los que no somos fotógrafos cometemos en la vida cotidiana.

Antes, a través del ejercicio de la escritura,  me daré un espacio para aclarar  mis ideas sobre este arte y de qué manera mi formación en literatura me hace apreciarlo.

En alguna ocasión, escuché en un taller de narrativa que cierto autor (no quiero decir el  nombre pues no estoy seguro) comparaba la novela con una película, y que por su parte, el cuento podría ser mejor comparado con una fotografía.

Esto llegó a mi cabeza cuando observaba la convocatoria que me hace escribir ahora… me hizo pasar de un terreno en el que no tengo la mínima experiencia a otro en el que ciertas ideas rondan por mi mente.

Parece que el imaginario popular y en ocasiones el supuestamente especializado,  tiene la idea de que un cuento tiene que ser estrictamente breve, por ser un relato que narra un evento  exclusivo, algo así como una escena, mientras que se justifica la extensión de la novela por ser una secuencia de eventos, similar a una película.

Sin embargo esta distinción entre los géneros es más falsa que real, la secuencia de eventos no es exclusiva del género novelístico y un cuento bien armado puede poseer cuantos núcleos dramáticos sean necesarios para lograrse. Asemejándose más a un cortometraje que a una fotografía estática.

Si de todas formas el caso  fuera  que  un   cuento pretende desarrollarse en un sólo  evento,  la realidad es que en un discurso literario el autor se puede tomar la libertad de dar la extensión que él crea necesaria, dependiendo de las intenciones de la obra.

El famoso momento de la magdalena en la obra de Marcel Proust es claro ejemplo, aunque no hablemos de un cuento. Es que quizá  pudiera ser uno por sí mismo, pero no está pensado así.

Otro aspecto que se cree necesario al crear un cuento, es no abarrotarlo de personajes y con una cantidad mínima de ellos crear la acción. El  supuesto precepto es falso tanto en  fotografía como en literatura. Tomas como las de Enrique Metinides muestran lo contrario. En ellas, alrededor del motivo de la imagen, se congregan ocasionalmente un sin fin de individuos, sin los cuales no tendrían la potencia que tienen.

Si tuviera que poner un ejemplo, sería la fotografía titulada << EM1-0088-c1940-D14 >> y descrita en la web del  fotógrafo con las etiquetas cadáver niño atropellado bicicleta sangre chismosos mirones. En esta imagen el foco de atención, que es un niño atropellado tirado en el piso junto a su bicicleta, se complementa con la mirada hacia la cámara de alrededor de 27 individuos, en los que podemos apreciar diferentes expresiones y características, desde un chico banda, un obrero, quien parece ser un godínez, niños, niñas, madres, señores y gente oculta  a quienes apenas se les puede percibir. Todos ellos forman parte del fenómeno  que la fotografía intenta retratar, por lo que cada uno es un elemento particular  para  que   funcione el sentido artístico de la fotografía.

Sólo por mencionarlo y sin tener mayor relevancia, esta fotografía es precisamente la que se encuentra en el fondo de pantalla de mi computadora.

La fotografía y el género cuentístico son artes de naturaleza distinta y que se valen de lenguajes y recursos diferentes, por lo que tendrán muchos puntos que no se llegan a tocar.

Aún así, el momento en el que estas dos artes pueden ser comparables, es cuando estas se valen de algo que no sé nombrar, pero que tiene que ver con esa sensación de que hay algo más qué contar en lo que percibimos.

Creo que es en realidad la teoría del iceberg o de la omisión de Hemingway la que ilustra de manera perfecta mi percepción. En este pensamiento, el sentido del texto literario no radica en lo que se cuenta, sino en lo que se puede traslucir de las omisiones hechas por el autor.

Así mismo una fotografía no se va a detener a contarnos dónde fue tomada y quienes son los protagonistas de ella, tampoco nos revelará  con  qué sentido fue capturada, sino que  la imagen debe expresar la mera sustancia de lo que su discurso intenta mostrarnos y nosotros descifrar el resto.

Algo así como que la imagen debe mostrar una historia más allá de lo que está captado en la toma.

Ahora vuelvo al objetivo de  esto que escribo. Dicen que aprovechar el momento es lo que debemos de hacer en esta vida, pero como no soy fotógrafo, mi sentido de la percepción me hace pensar primero en ese momento en el que me veo inmerso y reflexionarlo con cuidado, no únicamente tomar mi cámara, buscar el ángulo adecuado, buscar la luz correcta y disparar.

Todas las mañanas salgo a prisa de mi casa para no llegar tarde a mi turno de mesero (¿conocen algún egresado de letras que haga algo distinto?) y paso por una calle de doble sentido con un camellón justo en medio. Con la maleza crecida.

Todas las mañanas saltaba la maleza a prisa o buscaba el camino marcado  por donde habían pisado los otros transeúntes. Nunca le tomé mucha importancia a este hecho hasta que un sábado por la mañana, día de descanso, caminaba sin prisa por el mismo camino de siempre.

Mi sorpresa fue ver una nube de polvo y el zacate a un lado del camellón. Alrededor había niños de ambos sexos, padres y madres, incluso una persona mayor, con machetes y picos. Mi sorpresa era evidente porque incluso me voltearon a ver.

¿Qué se puede contar de esto? No sé, quizá que son vecinos organizados para evitar una congestión de mosquitos de chinkungunya, enfermedad importada que aterroriza la ciudad de Colima, ante los oídos sordos de las autoridades, que creemos deben resolvernos todo.

Al igual que Homero Simpson, que cuando jugando poker le dicen que es lento, lo piensa en su cabeza y al responder ya han pasado varias horas, en la ruta que me llevaba a mi destino me lamenté por guardar esa imagen únicamente en mi cabeza y que ahora trato de fotografiar de esta manera.

También puedes leer este texto en: https://colectivokatharsis.wordpress.com/2016/01/10/mi-error-no-ser-fotografo/