El debate, una lección con etiqueta

0
2203

Dadas las condiciones actuales del sistema de partidos, la competencia electoral y los intereses de la opinión pública, lejos de lamentarme por la ausencia de un “debate real” tengo que decir que me sorprendió el ejercicio de este domingo organizado por el INE. Hubo diagnósticos, se presentaron propuestas debatibles y algunos candidatos practicaron un sparring menos vulgar del que nos tienen acostumbrados.

Lamentablemente, y como era de esperarse, el debate no se concentró en cómo vemos al estado y sus grandes problemas, sino por qué soy yo y no mi contrincante, el que tiene la capacidad de ofertar lo que el mercado de electores demanda: seguridad, bienestar económico y una administración eficiente.

Más allá de quien ganó o perdió (estamos desprovistos de cómo evaluarlo), el ejercicio del domingo puede darnos indicadores de cómo cierra la contienda electoral. A pesar de que no tenemos encuestas confiables publicadas, por la actitud de Nacho y Preciado se puede intuir que están en una situación de empate. La norma mercadotécnica dicta que si estás arriba en las encuestas, no golpees, y si estás por debajo, pégale al primero.

Tanto Nacho como Preciado tuvieron episodios de ofensiva moral y cuestionamiento a la autoridad de los actores, parece que coinciden programáticamente, pero lo que los divide es una cuestión de identidad y atributos morales. Entonces los dos, libres de pecado, dirigen el lanzamiento de piedras.

Sin embargo quisiera apuntar a Peralta, pues me sorprendió su rostro duro y desencajado como parte de una postura incómoda en el escenario. ¿Qué relación habrá entre esta actitud y la propuesta de ejercer Estados de excepción en Colima?

Las propuestas en materia de seguridad de Ignacio Peralta fueron indefendibles. Martha y Gallardo tuvieron agudeza para salirse del guión y apuntar en tiempo real a criticar estas declaraciones pero Nacho no contestó. Igual pasó con los cuestionamientos a la viabilidad y el impacto de algunas propuestas puntuales de Preciado; la crítica del adversario se diluye en la indiferencia del cuestionado.

¿Se imaginan un debate con normas y dinámicas que obliguen a contestar estas críticas?

También me sorprendió ver a un Locho desdibujado, parece que sin la combatividad y la estridencia su candidatura pierde sustancia. En lo que toca a Martha Zepeda, puedo coincidir con quien dice que mostró la mayor actitud propositiva, argumentos y preguntas precisas sobre áreas del desarrollo estatal, pero no se trataba de un ejercicio de construcción de gobierno, sino de combate político.

Para cerrar el recuento, y por más antidemocrático que parezca, tengo que decir que parece que Galván y Gallardo estorban. Y no es enteramente culpa de su voluntarismo, sino de reglas y circunstancias que los vuelven prácticamente incapaces.

La única lección que me atrevo a extraer es la que le dio el INE al Instituto Estatal y a la Universidad de Colima: en la organización del debate hay cosas que cuentan más que las necesidades de los candidatos, la calidad de una contienda política no sólo depende de los combatientes.