Una Andrea, muchas Andreas (I)

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PARTE I

Cuentos cortos de mujeres. Buscando crear conciencia feminista.

Andrea es una mujer igual que otras. Trabaja, estudia, le gusta salir a pasear, conocer gente y bailar. Vive de lo que gana y es independiente, es decir, paga sus cuentas, nunca gasta mas de lo que gana y ahorra todo lo que puede. Le gusta la buena música, viajar y tener amigos. Platicadora, entretenida, de mucho mundo.  No fuma, pero le gusta tomar. Se considera una persona feliz e integrada en su entorno.

Andrea no es su verdadero nombre, pero Andrea existe. Es una mujer que vino de otras tierras y que le gusta estar aquí, que construye confianza y que brinda seguridad a quienes le rodean. Cree en las personas y a pesar de lo que le ha pasado y ha vivido, cree que todavía podemos construir un mundo mejor, si nos lo proponemos.

Ella cuenta que se fue de juerga: “Era noche. Hacía calor. El vino era tan sabroso que no supe cuánto entró a mi cuerpo. No me di cuenta. Cuando menos pensé, estaba absolutamente mareada”. En esa fiesta había alguien en quien ella confiaba. Creía conocerlo hace tiempo. Era su compañero de trabajo. “Me ofreció un aventón y dije que sí. No podía irme de otra forma”.  Así que Andrea decide confiar: “Y sí, me subí al auto y arrancamos”.

Sin embargo, las cosas tomaron un giro que ella no esperaba: “En el camino, me di cuenta que las cosas estaban cambiando. El panorama se ofrecía distinto. Agarró mi mano y me preguntó si todo estaba bien. Le dije la verdad «estoy borracha». Se río. Su mano ya no se movió. Agarraba la mía, encima de mi pierna y empezó a tocarme, leve, suave, encima de la falda. Yo sentía, pero no hice nada para evitarlo. Me dijo que se había dado cuenta que estaba borracha cuando empecé a tocarme el pelo”.

Para Andrea, a pesar de lo mareada que estaba, la situación le indicaba peligro, pero no sabía que hacer. “Llegamos a mi casa y me dio la mano para bajarme. Es algo que agradecí interiormente. Yo no habría podido bajarme sola. Le di las llaves de la casa y me abrió la puerta. Pasé, sostenida de su mano y adentro me pregunto cómo me sentía. «Mareada» le dije, después ya no habló”.

Andrea cuenta que sintió mucho calor en la cara. Tenía vergüenza de lo que estaba pasando “Empezó a besarme y a quitarme la ropa. Protesté, pero no sonaba muy contundente. Intenté dialogar, le pedí que no lo hiciera. No me hacía caso. Me besaba y me mordía. No me gustaba lo que estaba haciendo. Por tanto alcohol no pude defenderme”.

Algo dijo Andrea que detuvo el ataque, algo relacionado con la familia del individuo, porque era casado. Eso hizo que él la dejara en paz. Alegó borrachera “dijo que había sido mucho vino el que habíamos tomado y se fue. Me dijo que cerrara bien la puerta, que tomara mucha agua para que se me bajara el alcohol y que durmiera bien ¡Al final, hasta me dio consejos!”.

Para Andrea, esto fue algo muy fuerte que pasó en su vida “Desperté al otro día, muy tarde, pensando profundamente en eso. ¿Qué pasó? ¿Yo lo provoqué? ¿Porque me tocó?” y luego, la culpa: “A veces pienso que alguna actitud mía pudo haberse visto como un coqueteo, tal vez el tocarme el pelo, porque él se refirió a eso. A veces creo que me vio vulnerable, agarrando su mano para no caer y esa vulnerabilidad lo hizo excitarse”.

Después, el enojo consigo misma: “No sé lo que pasó. Sólo sé que no me gustó y ahora no sé qué hacer. Me siento sola y molesta y no puedo contarle a nadie lo que me pasó. ¿Cómo lo verían? ¿Qué pensarían de mí?”, y el miedo a la condena social: “No estoy en una situación ventajosa. Soy mujer y había bebido. Los votos a mi favor no serían muchos. La tendencia social es evidente, conozco mi veredicto: culpable”.

Lo que pasó con Andrea, le pasa a muchas mujeres, aunque otras no tienen tanta suerte de estar vivas y de contarlo, incluso, de decir que  el ataque se contuvo antes de que pudiera haber mayor daño.

El acoso sexual en México sucede todos los días. Muchas Andreas que no cuentan su historia andan por ahí. Esas historias se parecen. El acoso sexual es recurrente y se da en cualquier lugar y por cualquier circunstancia.

Es más conocido en el ambiente del trabajo y en la escuela, pero se da en todos lados. A veces al ir caminando, las mujeres reciben palabras groseras, que impactan, a veces entran en un lugar y todos las miran de arriba a abajo. A veces son ligeros acercamientos del cuerpo, un roce en la piel o acercarse tanto que se puede oler el aliento de otro.

También  pasa en los consultorios, cuando el médico pone el estetoscopio muy cerca de alguna parte vulnerable, sin que sea necesario o inclina demasiado su cuerpo sobre la enferma o la hacer acostarse en un sofá sin necesidad. Situaciones sutiles o grotescas, que rompen la barrera del espacio vital de las mujeres, que invaden su privacidad y ante las cuales las mujeres se quedan calladas, porque piensan que así debe ser o porque creen que ellas son las que provocaron esa conducta.