La sociedad del deseo. Su poder y su miseria

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Reseña descriptiva del libro Vida de Consumo de Zygmunt Bauman

Dentro de las visiones que estudian el consumismo, el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman crea una perspectiva bien nutrida para comprender tres casos que han sometido al mundo durante el proceso de una modernidad que desaparece expandiéndose. El caso del internet y el romance online, el caso del desempleo y los empleados reemplazables para librar impuestos y el caso de la inmigración, los refugiados y sus solicitudes a diferentes países para su naturalización. ¿Quién los provoca?

Vida de Consumo es el análisis del desarrollo de la vida humana a imagen y semejanza de los mercados en la modernidad líquida, donde uno es el productor y el producto que promueve. Un estado contemporáneo de la cultura donde el deseo humano es el principal motor del progreso de los mercados, quienes demuestran su adaptable poder y su grata apatía por los desechos humanos que genera, pues el consumismo según Bauman, no se refiere a la acumulación de cosas, sino al breve goce de ellas.

El destino de los productos es ser consumidos, si existe la gratificación de un deseo. Este proceso depende de la credibilidad de la promesa del producto y de la intensidad del deseo. Con la metodología de Max Weber, Bauman sondea tres “tipos ideales” del consumismo, tanto de la sociedad como de la cultura de los consumidores y las consecuencias en la subjetividad, la intimidad, la seguridad, la felicidad, etcétera. Primero divide ese hábito usual a la vida humana de adquirir productos necesarios para sobrevivir del paradigma del consumismo, donde la posesión de bienes y su durabilidad es un proceso acelerado e intensificado con el fin de buscar más gratificación en el menor tiempo posible.

El significado del tiempo se abstrae como la técnica de pintura puntillista, pues ahora la vida es una serie de instantes eternos, (cuentos, incidentes, aventuras, episodios, etcétera). Con otros sociólogos como Maffesoli y Simmel encuadra este orden cultural determinado por la tiranía del momento y alude a Freud para dialogar cómo la felicidad aparece cuando un dolor consciente se desvanece, y, para poder alcanzarla, es necesario desechar lo indeseado y reafirmar con nuevos productos la capacidad de buscar esa felicidad.

La sociedad del consumo es “la promesa de satisfacer los deseos humanos en un grado que ninguna otra sociedad del pasado pudo o soñó hacerlo, la promesa de satisfacción solo conserva su poder de seducción siempre y cuando esos deseos permanezcan insatisfechos” (p.70). Esta sociedad dice Bauman “apuesta a despertar la emoción y no a cultivar la razón”. En esta neoliberal guerra de todos contra todos: “consumir significa invertir en la propia pertenencia a la sociedad” (p.82). Cuando se cae en el laberinto de la seducción se impulsa a generar un valor social deseado donde el fetichismo de la subjetividad reemplaza al de la mercancía para enaltecer el juicio de los individuos en su carrera a ser su propio proyecto para la pertenencia cultural.

Si uno se transforma como producto deseable y deseado, su destino será el de competir por el valor más alto y conseguir permanecer ahí para no ser desechado, tirado u olvidado. Ahora el “Estado en su conjunto, incluidos sus brazos legislativo y judicial, se convierte en el ejecutor de la soberanía de los mercados” (p.95) y últimamente su transformación ha sido la privatización y la desregularización donde la mercantilización del conocimiento se logra sin obstáculos para educar una vida “prestada y a crédito”.

El goce pierde su durabilidad en la inmediatez de la satisfacción por el desconocimiento de seguridad del impreciso futuro. Ya que el bullicio de tanta información estimulada por el poder de las nuevas tecnologías, se vuelve vasto y salvaje y sin tiempo para reflexiones, la incertidumbre enaltece su poder al promover la desconfianza de una futura seguridad que vele por la vida, lo que induce a soltar las anclas al momento “aquí y ahora”. Aunque en el fondo emerja la culpa porque se supone que “el presente debe ser degradado a segundo violín en beneficio del futuro” (p.98).

Un poco más de un siglo nos separa del tiempo de descomposición y ajuste del ancien regime al Estado-nación, de los monarcas a los presidentes, como una “reclasificación del fenómeno del orden”. Ahora, hay un proceso de descivilización donde se obliga a “hacer valer el yo”, es decir, se obliga a la libertad, justifica que “rendirse a las rigurosas exigencias del principio de realidad se traduce como cumplir con la obligación de buscar el placer y la felicidad” (p.105). Y el castigo de no desempeñar este proceso de pertenencia está oculto en oportunidades perdidas, en remordimiento y culpa que “lejos de señalar los límites ocultos de la libertad individual y sacarlos a la luz, los entierra más profundamente todavía”.

La cultura consumista, los estilos, modas y patrones líquidos que cambian constantemente al servicio de la economía, son el campo de batalla para hacer valer la pertenencia deseada. Donde “estar a la delantera del pelotón de la moda” es la línea que divide el triunfo del fiasco, lo que motiva a reforzar la individualidad, “yo primero, los demás qué”.

La responsabilidad del otro, antes socializada, se diluye y cae en los hombros de los individuos. Todo se abre a la exploración del mercado, sistema que causa depresión por el exceso de posibilidades, antes prohibiciones, que surge porque “el terror a ser inadecuado reemplace a las neurosis causada por el horror a la culpa (es decir, horror a la acusación de inadaptación)” (p.130). Con un ejemplo del maquillaje y sus instrucciones “cómprelo, úselo, tírelo”, y de la cirugía plástica como acondicionador para mantener el valor deseado del cuerpo, Bauman explica que la vida de consumo es estar en movimiento, evitando la satisfacción duradera pues hay una “presión constante de ser alguien más”.

La identidad de igual manera va cambiando, y el amor líquido es una mezcla de júbilo y angustia, que las nuevas tecnologías fundamentadas en Castells, se han encargado de la facilidad tanto de romperlo como de crearlo, pues la virtualidad hace que uno se pueda reconocer en una identidad sin necesidad de adoptarla realmente. Bauman recalca una y otra vez que “somos instados y/o arrastrados a buscar satisfacción incesantemente, así como a temer la clase de satisfacción que podría detener nuestra búsqueda” (p.135).

Este veloz sistema modernizador de poderosas olas tecno-informativas y neoliberales, adoptado por las relaciones humanas, crea daños sin culpables y víctimas sin voz. “En una vida de consumo resentida por la tiranía del momento y medida por el tiempo puntillista” se transforma la vida humana en un bien de cambio, hay menos tiempo para las relaciones y el daño múltiple y colateral cae en la infraclase. Una abstracción al inframundo de Hades de “esa húmeda e inconforme tiniebla que envuelve a todos los que se desvían del orden y el sentido de los seres vivos” (p.167) (las madres solteras, los desertores escolares, los alcohólicos, los vagabundos, los inmigrantes, etcétera). Es una clase inútil al sistema, no por su incapacidad de mover dinero sino por su incompetencia a sobrevivir la vida de consumo y se le condena con el peor castigo: la exclusión social. “Los pobres no son necesarios, y por lo tanto son indeseables” (p.171).

Bauman concluye que el deseo humano es ilimitado, se ajusta a las posibilidades, no consiente el aburrimiento y busca siempre un consumo intenso. La vida de consumo que se encarga exitosamente de “desarmar, restar poder y suprimir a los jugadores desafortunados y/o fallidos es por lo tanto el complemento indispensable de la integración a través de la seducción de una sociedad de consumidores guiada por el mercado” (p.179). Para moverse con ella hay que tener “un poco de inteligencia, un poco de voluntad y un poco de esfuerzo” (p.187), tres condiciones que la infraclase intenta lograr.

Este arquetipo es que se cae del “acelerado vehículo del progreso”, quien se derrumba se convierte entonces en un desecho humano. Pero a pesar de esta decadente, siniestra e inteligente actualidad, hay quien puede mediar para una vida de consumo sin víctimas. “Improbable que la salvación provenga del Estado político que no es y se niega a ser un Estado social” (p.190) quien debería de defender a la sociedad de los daños colaterales de su sistema, dándoles a todos la oportunidad de consumir y jugar limpio. Bauman da el ejemplo de los Estados sociales de América Latina para confirmar que es posible ajustar la soberanía de los mercados, pero ahora, por el acaudalado exceso de información, el papel democrático de la juventud criada y nacida en la era consumista, existe para contradecir los objetivos gubernamentales. A los jóvenes no les interesa ser parte de quien los ha defraudado una y otra vez, pero es donde más se necesita de sus revolucionarias ideas.

Este gran fundamentado texto y rico en opiniones, termina con la decepcionante noción de que para ser consumidor, hay que tener un enorme esfuerzo y constante vigilancia que deja muy poco tiempo para ser ciudadano. Pues una evidente destrucción de no toda, pero quizá si una parte significativa de la civilización, terminará en la lista negra de la selección natural por querer pertenecer a la sociedad del deseo, la cual, por su gran poder y ahogada visión, se consume a sí misma.