Razones y motivos de lucha

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Por: Carolina Montserrat Contreras González

Tengo que confesar que hasta hace poco había sentido un dolor fuerte, de esos que te calcinan el corazón de tanto fuego que producen, tenía la garganta cerrada de tantas palabras no dichas, aprisionadas detrás de mi miedo a las opiniones de extraños que con lo poco que conocen de los otros se aventuran de manera accidentada a juzgar, prejuzgar, etiquetar e incluso a desechar a quienes quieren estar aquí.

Los dolores que la soledad me deja sobre la cama me han forzado a dejar de dormir, a hacer a un lado mi sueño y permanecer despierta por horas, pensando en estas líneas, en la pelea que tengo contra mí, contra mi vida, contra todo esto que me enreda cada pensamiento hasta hacerlo una bola de estambre que parece infinita en su desorden y en su dolor; No he encontrado la manera, las palabras adecuadas para describir la lucha, la de las calles, esa que comparto con corazones rojinegros que se deshacen con la muerte de compañeros estudiantes que sueñan que la existencia de otros tenga la esencia necesaria para que hagan algo, para que mejore la situación de país que se contamina de indiferencia, que se enamora locamente de cifras, que enumera a cada uno de sus habitantes alejando a unos de otros.

Después de estar con ellos, los revoltosos, esos desquehacerados, esos maleantes, los delincuentes como los llaman los que no están de este lado, me encuentro con la sangre ardiendo, corriendo como nosotros en la vida misma, encontré almas rebeldes que aman, aman la vida, la libertad, aman la idea de cambiar este mundo, de hacerlo mejor, de que una Camilita, Bensa, Miguelito, Juliancito, y esos pequeños disfruten de su aire limpio, que no les toque oler la sangre de estudiantes en las armas de policías y demás rufianes que no hacen más que asfixiarnos, de darnos de comer mentiras dolorosas que matan sueños.

Este no es un llamado para que se sumen a una lucha que para muchos de ustedes es innecesaria, es sólo para decirles que no vamos a parar, que seguiremos lastimando el asfalto para no morirnos inconformes, para no olvidarnos, para que al final valga la pena estar aquí, para sentir que no nos pudrimos, que nuestros ojos no sean alimento de gusanos. Ahora encontramos páginas nuevas en la historia de un país que contiene a una juventud reventada, golpeada, masacrada por ser mujer, por ser hombre, por exigir, porque la vida debe ser y ya.

Claro que no has sentido esto, ese dolor en el pecho, en el lugar de las malas noticias, ese ardor en la boca del estómago, entonces no podrías saber cómo es que te caiga en los hombros la desgracia de esa minoría que no ves o que intentas ignorar pasando de largo, no podrías saber lo que se siente salir y hacer tuya la calle, hacer nuestras las avenidas, escuchar cómo retumban los edificios, ver las caras de los que sí se involucran reflejando ese coraje, ese dolor, ese hartazgo.

Nosotros nos resistimos a la idea de olvidar esos cuerpos, esos trozos de cuerpos que demuestran que aquí las cosas no están bien, no queremos dejar enterrados esos cuerpos acompañados de sueños truncados, de ausencias obligadas por el simple hecho de querer algo mejor, de hacer algo diferente, no queremos  callarnos, no queremos agachar las cabezas para que caigan sobre nuestros cuellos las guillotinas que nos despojan de estas ganas de libertad, de justicia, de mejora…

No estamos dispuestos a silenciar los gritos de familiares, amigos y compañeros que pierden en la tierra los rastros de los que han sido sus razones de vivir, de quienes han sido el motor que los mueve en este mundo tan caótico a veces. Sí, somos revoltosos, porque no nos queremos ir sin plantar esa semilla que germine, porque pensamos en los que vienen después, esos pequeños que merecen aún sin haber llegado el derecho a estar en un lugar lleno de vida, que no se pudra en las manos de ricos codiciosos que anhelan el poder y para esto acribillan lo que a su paso se encuentran…