El pueblo simbólico

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Los mexicanos somos un pueblo simbólico. Parece que cada momento de nuestra historia ha servido para enraizar en la psique colectiva un respeto, casi obsesivo, por los símbolos del poder. ¿Qué sería de este país sin la Silla del Águila, la eterna pelea por el Penacho de Moctezuma, y los proyectos con nombres trascendentales para propuestas más bien comunes?

Los gobiernos del siglo pasado, seguramente para evitar hablar de resultados, construyeron un mundo de formas, símbolos e imágenes. El informe de gobierno fue durante años la fiesta anual del Presidente, donde se presumían logros cuyo sustento a veces no se podían encontrar, y se “expresaba valerosamente el sentir del pueblo mexicano” a través de un diputado que valientemente reverenciaba al presidente. El mismo sistema electoral fue un mero símbolo, pues cuando el partido oficial nombraba candidato ya había nombrado al gobernador.

Lo malo es que los cambios de partidos no corrigieron las malas mañas. A pesar de 20 años de vivir en democracia, nuestros gobernantes adoran los actos simbólicos, y nosotros adoramos hablar de cómo visten sus imágenes. Basta recordar las discusiones en torno el beso que dio Fox al anillo del Papa, el disfraz de militar que utilizó Calderón, o la pantomima de la familia “bien” que escenificó Peña para ver que, al final del día, prestamos excesiva atención a las formas.

Indudablemente, el gobierno de López Obrador ha seguido explotando lo simbólico, ahora con un alcance masivo gracias a las redes sociales. El problema es que, como somos gente de símbolos, discutimos al infinito las formas del poder, y dejamos de lado algunos fondos que son fundamentales. Esta semana tuvo dos eventos relevantes, uno de tipo trascendental y otro que solo quedará en lo simbólico.

Uno de esos eventos fue la visita presidencial a Estados Unidos. Analistas, opinólogos e internautas se enfrascaron en discusiones encendidas, aunque estériles e irrelevantes, sobre la visita presidencial. Desde reducciones al absurdo hasta calificaciones del evento como algo histórico, esa cosa que llamamos opinión pública se encargó de diseccionar discursos, analizar la respuesta de los migrantes en el exterior, ver que se cumpliera la austeridad y otras cosas cargadas de símbolos.

Pero mientras esto sucedió, el Coneval liberó las evaluaciones a las políticas sociales del gobierno actual. El documento analiza con ojo crítico el diseño y los resultados obtenidos tras un año de implementación, y muestra muchas cosas que valdría la pena discutir. Por ejemplo, Jóvenes Construyendo el Futuro, programa al que se le han destinado millones de pesos en recursos, tiene deficiencias metodológicas en aspectos como la redacción de objetivos, la definición de población objetivo y los mecanismos para medir el éxito del programa, errores que podrían drenar innecesariamente las arcas públicas si no se corrigen. Pero el reporte no está siendo discutido, porque en la agenda es más relevante un viaje que, sin el primer ministro canadiense, celebró un acuerdo comercial entre México, Canadá y EEUU.

Que gente más curiosa somos. Fascinados por los símbolos, ignoramos una evaluación profesional de la calidad que tiene la política gubernamental. Parece que seguiremos enfrascados en discutir imágenes, y dejaremos de lado los resultados.

@jkvisfocri