De amor al arte no se come

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A todas y a todos suele gustarles ver a bailarinas/es en acción (sobre todo cuando las funciones son gratuitas, o cuestan unos cuantos pesos); se buscan profesionales que les enseñen a bailar pagando lo mínimo; se quieren ver presentaciones bonitas con historias bonitas, tristes o críticas… pero nadie quiere pagar lo justo, sin antes intentar mal baratar el trabajo que se hizo por estas.

Esos cuerpos danzantes, son pensados como seres que viven del amor a la danza, en un sentido irreal, sin necesidades básicas de alimentación, descanso, derechos laborales como seguro de gastos médicos, tener un salario fijo, digno, que al menos sea el salario mínimo; tener vacaciones, tiempo para la familia, amigos/as y actividades sociales.

Se piensa en la danza como un hobbie, un espacio al cual se lleva a niños, niñas y adolescentes a “pasar el rato”, priorizando las actividades académicas siempre más que a las artes. Entonces se crece pensando que la danza no es un trabajo, sino “un estilo de vida” “amor al arte” “vivir del talento”, lo cual aleja más a la mayoría de bailarines y bailarinas de ser consideradas profesionales que trabajan y aspiran a vivir de su trabajo dignamente y en óptimas condiciones laborales, como cualquier otro/a trabajadora.

¿Y qué hay de los y las que viven del “amor al arte” durante la pandemia?

El contexto previo a la pandemia en México respecto a la danza, es un profesorado, en su mayoría, sin seguro médico, prestaciones, vacaciones pagadas, aguinaldo, derecho a la jubilación, salarios fijos, (pues estos varían según las inscripciones mensuales del alumnado) muchos ni siquiera tienen el salario mínimo asegurado. No es noticia tomando en cuenta que así trabajan miles de personas en México, sólo que las pésimas condiciones laborales de los y las bailarinas no se perciben como tales, porque la danza ha sido romantizada, es amor, y es pasión, y bailarinas/es, lejos de ser consideradas personas con necesidades básicas a cubrir como el humano/a promedio, son pensadas/os como objetos que nacieron con talento para alegrar los ojos de los/las otras, compartiendo, no beneficiándose económicamente de sus “dones”.

En el profesorado de danza están el grupo de egresadas/os de las Universidades de danza y el profesorado de estilos de baile que no se estudian en una licenciatura tales como: House dance, dance hall, whaacking, vogue, Locking, break dance, entre otros que en México se aprenden en estudios de danza, academias, talleres, congresos, y que los y las bailarinas podrían estudiarlos durante 4-5 años o más, sin tener un papel que les avale como profesionales (como en una Universidad de Danza) y que los empleos que generalmente tiene esta población son aún más informales que las de los y las egresadas de licenciaturas. En general ambos grupos viven circunstancias grupales que les ponen en una situación de supervivencia crítica, viviendo al día.

Ante el confinamiento, profesores y profesoras de diversos estados en México han encontrado soluciones virtuales ante la situación mundial y grupal. Al principio se observaba como una gran cantidad de profes/as de toda Latinoamérica daban clases gratuitas virtuales, solidarizándose con los y las bailarinas que no podrían pagar y generando estos espacios para que pudieran seguir entrenando.

Posteriormente estudios y academias de baile continuaron dando clases en plataformas virtuales, con costos mucho más baratos que los de clases presenciales, reduciendo los ingresos de los/as profesionales de la danza ¿se nos olvidará que ellos y ellas también son proveedoras/es de familia?

La herramienta de los bailarines/as son sus cuerpos. Cuerpos que en la mayoría de los casos no tienen seguro médico, si enferman, dejan de dar clases y sin dar clases al no tener salario fijo, apenas sobreviven con lo poco.

Los y las bailarinas viven la crisis económica actual con características específicas grupales, condiciones laborales que ya de por sí eran precarias, ahora lo resienten aún más. Nunca han sido considerados/as profesionales de primera necesidad, y con la pandemia, su semáforo lo mantendrán apagado, como a muchos otros trabajos/negocios, que tampoco son considerados de primera necesidad. El que no lo sean, no debe ser una justificación para el estado, de ignorar su situación, dejar de ocuparse activamente de sus necesidades y de sus derechos como trabajadoras/es.