Por mi raza hablará el racismo

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Estados Unidos es el centro de atención internacional debido a las protestas por racismo, que muestran un sistema podrido basado en la discriminación de minorías que no sean blancas ni cristianas. Sin embargo, este no es un problema endémico de los norteamericanos, pues en México tenemos nuestra propia epidemia de discriminación.

La discriminación en México es un asunto complejo, que afecta de manera sistemática a un porcentaje significativo de la población mexicana. De acuerdo a la Encuesta Nacional sobre Discriminación que levantó en 2017 el INEGI, uno de cada cinco mexicanos ha sido víctima de discriminación debido a su condición socioeconómica, color de piel, orientación sexual, o género.

Los datos son apabullantes. Si decidieras experimentar y preguntar sobre experiencias de discriminación vividas por tus conocidos, sin duda escucharías relatos de desprecio por color de piel; acoso, insultos y agresiones por ser mujer; ninguneo y desdén por ser “demasiado joven para entender”; y un sistemático apartamiento de oportunidades recreativas, educativas y laborales por no ser parte del segmento de la inexistente y aspiracional clase media.

Sin embargo, a pesar de la avasalladora evidencia que muestra un sistema de exclusión, al mexicano no parece importarle. Esto es porque la discriminación se ha sabido ocultar en la idiosincrasia y las “prácticas culturales” del mexicano. La cultura popular, las interacciones en redes sociales y las mismas costumbres políticas han cocinado un caldo de cultivo perfecto en donde el privilegio y el poder se acompañan de la capacidad adquisitiva y el tono de la piel.

No “dar el gatazo” y verte fuera de lugar entre la clase media-alta aspiracional significa que ciertos establecimientos te cierran el paso, mientras que los humoristas televisivos te consideran material de comedia. Las telenovelas y comedias mexicanas no tendrían sentido sin un personaje caricaturizado como pobre no resaltara en restaurantes elegantes por su falta de modales y educación. La piel morena es motivo de memes sobre tez humilde y comentarios familiares que te animan a buscar “gente güerita” para “mejorar la raza”. Las mujeres y las minorías sexuales son discriminadas por un sistema que además de racista y clasista, es misógino y homofóbico.

Tristemente, esta realidad tiene sentido. No es solo que las personas con tez blanca y de origen acaudalado tengan mejores oportunidades y redes de protección que los impulsan mientras que cierran el paso a otros, sino que tenemos un sistema cultural que reproduce activamente mentiras discriminatorias. Nuestros padres aún escucharon “refranes” cargados de un profundo estigma racista, como: “no es culpa del indio, sino de quien lo hace compadre”; mientras que mi generación creció entre engañosos comentarios que disfrazaban al racismo de una mentalidad que minimizaba los problemas a un asunto de desigualdad, el famoso “no somos racistas, nomás un poquito clasistas”. Disfrazada de un orgulloso mestizaje, la cultura mexicana celebra a los herederos conquistadores y oprime a las víctimas de la conquista.

Este mal insidioso ha sobrevivido hasta nuestros días porque todos hemos sido parte de él. En cada mexicano hay un victimario del pasado que, en chistes, comentarios francos e hirientes o simple desprecio, perpetuaron un sistema que hace menos a individuos. Sin embargo, este no es motivo de desesperanza; pues aún estamos a tiempo de cambiar y tomar la decisión de labrar un mejor futuro, donde el racismo sea anatema, no cosa de todos los días.

El momento de reconocer errores y heridas pasadas ha llegado, y con ello la oportunidad de rechazar el sistema de discriminación que nos ha moldeado, para construir un mundo con respeto e igualdad de oportunidades para todos los mexicanos.