Empoderarnos significa enfrentar el poder y ejercerlo pensando en el colectivo. Esa es la única forma válida para aceptar el ejercicio del poder. Debemos construir instituciones, organismos, sindicatos, escuelas y colectivos donde el poder se ejerza en colectivo. El poder individual es solo para dominar nuestros propios demonios, porque si en la vida pública se ejerce un poder individual, al tiempo produce adicción y se convierte en una debilidad humana.
Las personas que lo experimentan tienen que lidiar con él. Cuando tienen la oportunidad de ejercer el poder en lo individual, no lo quieren soltar. El poder construye, pero también puede destruir, incluso a quién lo ostenta. Todo depende de lo que se haga con él. Cuando las personas ejercen este tipo de poder, se colocan muy lejos de los demás. El espacio que ganan los envilece y después se olvidan de aquellos a los que dicen servir. Aprovechan el espacio para denostar, pisotear, agredir y desahogar sus frustraciones. La crisis del sindicalismo tiene que ver con eso. Con olvidar las causas del grupo y priorizar las causas individuales.
En la Universidad de Colima pasó lo mismo. Un buen día, todos los que se peleaban por estar por un lado del líder, para salir en la foto con él, que se lo hicieron compadre o que lo invitaban a sus fiestas para ponerlo en la mesa de honor, por encima de sus familiares y amigos, se hicieron a un lado, porque a este individuo se le ocurrió ir detrás de las causas colectivas. Ese grupo de poder ejercía un poder para sí, no para otros. Todo fue pelear por el FOSAP y las violaciones al contrato colectivo de trabajo. Eso bastó para que los compadres y amigos del líder empezaran a buscar otros caminos, menos incómodos, para seguir saliendo en la foto, con otros, que si pudieran responder a sus necesidades individuales.
De manera amañada y torcida, un grupo de 16 delegados sindicales decidieron, que ellos debían tomar el poder sindical. Todo quedó armado: las autoridades de la junta de conciliación y arbitraje avalaron el cochupo y permitieron esta ofensa a la clase trabajadora universitaria, que noble y mansa, aceptó a los nuevos sindicalistas sin hacer ninguna observación. Muchos de estos traidores a la causa de los trabajadores, inmediatamente vieron mejorados sus salarios y sus cargos. Ocupan ahora un lugar en la nómina de poder en la Universidad de Colima. Fueron convertidos en directores de escuela o en directores generales.
Desde el poder para si, que es el poder por el poder, se sienten intocables y miran al resto de los universitarios “como Dios a los conejos: chiquitos y orejones”. Se ufanan de lo inteligentes que fueron, de lo bien que les va. De lo tontos que fuimos los otros “tú que le buscas, estarías muy bien si te quedaras callada”, comentan. Otros nos llaman conflictivos, solo porque no nos rendimos a su poder mal ejercido.
Estos nuevos dirigentes, permitieron un nuevo contrato colectivo que les ha modificado a todos los universitarios sus condiciones laborales. Convocaron a los trabajadores, junto con las autoridades universitarias, a reuniones donde les explicaron las bondades de dicho contrato colectivo. Los trabajadores volvieron a sus centros de trabajo como si hubieran ido a un velorio: llorando al muerto por los rincones, en lo oscurito, donde nadie los vea, molestos por las modificaciones que les afectan, pero incapaces de dar un paso para resolverlo “¿Qué van a hacer ustedes, maestra?” preguntan, pensando en los profesores que nos llaman “disidentes”. Yo les contesto que, si como trabajadores se incornforman, nosotros los apoyamos. “Es que luego nos corren” dicen, y se van. Y su miedo es objetivo. Está encima la amenaza del abogado general, que llegó a cada uno en forma de carta, diciéndonos que no teníamos derecho a inconformarnos, a manifestarnos, a hablar.
Esta la realidad que les muestra como, de manera constante, cada semestre despiden a uno o dos de los participantes en este movimiento de profesores inconformes con que nuestro dinero no aparezca, que tuvo su punto más álgido con la huelga de hambre de ocho de ellos en mayo del 2014. Los trabajadores, son llamados a cuentas de vez en cuando, para advertirles quién manda. ¿Esa forma de ejercer el poder es la correcta? yo pienso que no. Es tiempo de cambiar.