La nación de los indignados

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La presentación del informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) sobre el caso Ayotzinapa viene a dar impulso a un tema que parecía sepultado por la convulsiva agenda del mundo. No se confirma la versión del gobierno federal, y se confirman los motivos para la indignación de los padres y madres de familia que hace ya casi un año recorren el país y el mundo exigiendo justicia.

Ayotzinapa indignó también a muchos ciudadanos, pero como cualquier suceso de relevancia, se nos fue olvidando por inanición. Nos indignamos por todo pero parece que no atinamos a trabajar por nada.

Y es que en México vivimos en permanente indignación moral, casi todo el tiempo estamos molestos por casi todo lo que tenga que ver con lo público, y sobre todo, con la política; nos indigna la corrupción, el tráfico de influencias, el mal manejo de los recursos públicos y la toma de decisiones. Nos indigna Ayotzinapa, la Casa Blanca, el tercer informe y la reforma de moda. Nos indigna la pobreza, la injusticia y hasta las tragedias de la prensa internacional.

Por supuesto que no es el cien por ciento de los mexicanos, pero una franja importante de la población conformamos una nación de indignados que ejercemos el derecho a la ciudadanía polemizando en las redes sociales, lamentándonos de la realidad en charlas cotidianas, y a veces, hasta buscamos remediar las cosas exigiendo justicia con protestas o intentamos cambiar las cosas como consideramos correcto.

Pero la indignación moral no basta. La discusión política está ausente pero tampoco es suficiente. Miremos a Ayotzinapa, el trabajo del grupo de expertos de la CIDH y las extenuantes jornadas de los padres y madres de familia son un ejemplo de indignación canalizada en un trabajo puntual, igual que los padres y madres de la guardería ABC, igual que los familiares de miles de desaparecidos, asesinados y encarcelados en medio de tantas dudas como las que rodean al caso de Iguala.

La nación de los indignados es una comunidad confortable que denuncia, pero los agraviados no sólo se indignan, sufren una injusticia y trabajan por su reparación hasta las últimas consecuencias. Los indignados proseguimos nuestras vidas cotidianas con el orgullo de ser conscientes y despiertos, pero de ahí a ponernos en los zapatos de quienes eligieron sacrificar la cotidianidad, hay un gran paso.