¿Por qué no rebeldes institucionales en Colima?

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Por Alfreedoom

El Estado, a través de la Secretaría de Cultura de Colima, ha malgastado más en becar a poetas intrascendentes que en impulsar la labor artesanal de la región. Desplazan tianguis de artesanías de aquí para allá, y al mismo tiempo envían a periodistas becarios a informar que la Secretaría de Cultura se preocupa por las artes populares.

Si no estoy de acuerdo, un erudito se abalanza sobre mí argumentando que no puedo, por ningún motivo, comparar dos producciones muy diferentes: que una  no tiene chiste (la artesanía), porque es multiplicada cuantas veces se quiera, y que la otra tiene que ver con el acto sublime de la creación, además de ser única e irrepetible.  “La Historia me dará la razón”, me dice, “el Estado siempre ha subsidiado al arte verdadero y la artesanía no pasa de ser una técnica vulgar”.

La idea y separación de un arte sublime y vulgar responde a los caprichos de la burguesía, caprichos que, por supuesto, al final de cuentas salen caros. Esta idea burguesa ha sido reproducida hasta en los más influyentes pensadores mexicanos. En pocas palabras, a la burguesía siempre le ha convenido que el trabajo del esclavo (desde el siglo XIX, por ejemplo) sea calificado como vulgar; el trabajo físico, pues, definía la clase baja y, por otro lado, el ocio mental “creativo” definía a ese tipo de pensamiento sublime, de clase alta. Sólo un estudio auténtico y cercano como el de Adolfo Sánchez Vázquez (ignorado a conveniencia por los intelectuales orgánicos) ha desatado esta verdad en México.

En las aulas universitarias (la Universidad de Colima, por ejemplo) todavía hay profesores que se desviven tratando de definir lo que es y no arte, ignorando casi por completo una conciencia histórica concreta y real. El debate entre los estudiantes para definir lo que es arte, dirigidos por el profesor, parece patético si desvelamos que hay un impulso de razonamiento burgués  (el cual, de por sí, se despacharía a muchos artistas disidentes y exiliados, alejados del poder hegemónico en toda la historia del arte). Por supuesto, a estos doctos en arte no les gustaría saber ni escuchar que su trabajo metafísico es menospreciado por un trabajador, obrero, del campo. Hemos descubierto entonces que para eso se presta la Universidad y el Estado, para comprarse entre ellos mismos.

–Este profesor es un artista –dice la Universidad.

– Ah –responde el Estado–, le prepararé un público “culto” para que se la crean, ¿cómo ves?

Acto seguido la Universidad y el Estado hacen el amor en público; un conjunto de culteranos  y eruditos sirven de cama para tal escena cruenta.

La alta sociedad, o la “culta”, de la que hablo tiene rasgos distintivos. Pertenece esta distinción de clase a cada grupo que mencione a continuación: 1) estudiantes ejemplares universitarios, 2) rebeldes estudiantes (siempre se quejan, nunca se salen), y 3) parásitos estudiantes y graduados (que son confundidos con los rebeldes) pero útiles para el mercado.

Pero hay que reparar en una de estas distinciones. Estudiantes rebeldes: un momento, ¿no es una broma que un rebelde esté inscrito a una institución? ¿Es ésa su rebeldía? ¿Rebelarse sobre un acuerdo que ha firmado previamente y que supone que no leyó? ¿Para qué jugar a los revolucionarios si pelearán por los derechos del estudiantado (estudiante = institución)? ¿Ser estudiante y rebelde no será una broma misma de la Universidad?

Por otro lado, la única lucha auténtica de un estudiante será aquélla en la que se vea perjudicado por cualquier movimiento ilícito dentro de las normas institucionales; asimismo, se levantará si se ve afectado frente la enajenación de acuerdos posteriores a los que firmó en su ingreso a la escuela, como la suscitada recientemente en el Instituto Politécnico Nacional.

La historia se mide concreta y los actos son, por consecuencia, reales y tangibles. No hay intelectuales a medias, es decir, no hay cabida para la búsqueda de una libertad genuina coordinados por un intelectual orgánico. Por más que existan profesores diciendo que ellos  “luchan desde sus trincheras” habrá que ver si no se trata más bien de una comodidad en el fondo injustificable: si necesitan solvencia económica (derivada de su trabajo en la institución) para la familia, entonces que dejen la tarea real a otros que, aunque austeros, pueden trabajar para desmenuzar la ideología y ofrecer respuestas concretas para su disolución. (Hablo, por ahora, de la situación de Colima). Lo mejor para los profesores orgánicos, adosados a la institución, será mejor guardar silencio para que su voz “rebelde” no dé más poder a la nodriza de la Universidad.

En la actualidad, 2014-2015, la lucha contra el poder hegemónico desde la Institución no puede ser una lucha real en México cuando el Estado, inteligente, ha desdibujado mucho más la evidencia de sus redes de legitimación. Intuyo que el Estado lo ha conseguido por el sopor mental y débil que siguió a las nuevas generaciones de estudiantes después del 68, exceptuando la lucha real (intelectual sobre todo) que han construido los normalistas de Ayotzinapa, y acaso otros lugares no documentados más públicamente hasta ahora.

El fracaso de #Yosoy132 consistió en su falta de dirección intelectual, porque la clase contra la que luchaban estaba mejor informada en materia de capital, hegemonía y modos de legitimación del Estado. Sus dirigentes, jóvenes, no fueron capaces de aterrizar los rastrojos de teoría y, por lo mismo, de adivinar las redes ni predecir que ellos mismos terminarían legitimando al Estado. Hace falta que una mano intelectual dirija la mano física, la que puede sostener o derribar una puerta.

En el lado extremo de los entumidos, la malaria universitaria consiste en que sus rebeldes (ya egresados y/o desempleados) en un futuro serán los nuevos “pensadores” mexicanos. Pero hay una solución, un freno posible, una manera de trascender esta esencia larvaria del rebeldoso: que él mismo se dé de martillazos, que aterrice una y otra vez, guarde silencio y se dé cuenta de que, por alzar la voz muy pronto, se convirtió en un diletante. No doy, sin embargo, muchas expectativas al respecto: cada vez son más los inconformes que por su propia boca mueren. Ojalá me equivoque y me cierren la boca, pero los rebeldosos que conozco necesitarían algo de tiempo para despegarse de su periodo de lactancia. Mientras eso sucede, estaré de vuelta aquí conversando sobre por qué no Roger Bartra es un intelectual mexicano.