¿Ayotzinapa crimen de Estado? ¡Si, es cuestión política!

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Ayotzinapa desbordó a una sociedad hasta entonces tildada de inmóvil y apática, y quienes hoy se mueven han desbordado un estado de normalidad aceptada para el poder político. Como si no fuera ya demasiado poner en la cima del terror nacional la desaparición de 43 estudiantes a manos de la fuerza pública, los estallidos de protesta, los actos de desesperación, y muchas veces, de oportunismo accionalista, marcan el riesgo de una sociedad que se dispone a polarizarse en torno al odio y la anulación del diferente.

Se entiende el hartazgo, y de hecho este constituye la paradoja donde la falta de cauce político a la crisis nacional se enmarca en el enorme descrédito de los partidos políticos, que desde hace años no han atinado a responder a las expectativas y necesidades de la sociedad, mucho menos a los «nuevos tiempos» donde hay participación mediante formas y actores que no se encorsetan en las prácticas de escalonamiento disciplinado, el exceso de la forma aristócrata o la recolección de votos como condición de reconocimiento. Hay que señalarlo, los partidos políticos hasta hoy, caminan sonando sus bolsas con dinero público por el sendero electoral, con contenidos, resultados y procedimientos que dejan mucho que desear.

Pero entre reconocer esta realidad y caer en el mantra de «todos son iguales» o que lo que importa es «cambiar la conciencia» no hay muchas diferencias, pues nos deja en la misma inmovilidad. El poder instituido, aunque deslegitimado, sigue movilizando individuos y masas, aumenta presupuestos, realiza reformas que desarticulan el pacto social, dispone de la fuerza pública y el poder judicial para ajustarse, crea nuevas policías y militariza. En ese contexto de desconocimiento y débil legitimidad aparece la protesta masiva, pero también la reacción de los guardianes del orden.

Claro que es necesario movilizarse y alzar la voz, pero sin un poco de reflexión, objetivos y estrategia esto puede ser hasta contraproducente. ¿Cuántas marchas, movimientos, frentes, iniciativas con hashtags hemos visto desde el 2012? ¿cuántas de ellas han logrado su acometido?

Ganó Peña Nieto, tomó protesta, sancionó el 80% de las iniciativas que envió al Congreso y entre ellas seis reformas de gran calado. Subió la tarifa del metro, el ejército sigue en las calles, hay una nueva policía y ahora se trabaja en otra de carácter militar. La inseguridad no desiste. Por si fuera poco, las encuestas de tendencia electoral le dan al PRI y PAN mayoría en el Congreso en el 2015.

Pero más que pesimismo esto es una alerta para cambiar el foco de la energía social que hoy desmiente el estereotipo desmovilizador del mexicano agachado, el pueblo acumula pérdidas pero también experiencias. En este mismo tramo se han logrado detener proyectos de extracción de minerales y bienes comunes para preservar comunidades y ecosistemas, se han promovido iniciativas de transparencia que hoy nos permiten conocer gastos que denunciamos y nos indignan, se han realizado experiencias de intercambio y alianzas entre montón de organizaciones dirigidas a objetivos comunes e inmediatos.

Si se quiere cambiar al país es necesario renunciar al trazado de líneas de pureza, pero ello no implica falta de definición, y de hecho el roce, la comunicación e incluso las alianzas, no impiden del desarrollo de otros proyectos sociales, culturales o espirituales que no tengan por objeto el ejercicio del poder político, que de una vez hay que entenderlo, no es ni un objeto ni un edificio inmutable en el tiempo, y el cambio y la democracia se empujan con la politización.

¿Acaso no fue un grupo específico de actores e intereses los que secuestraron el Estado y la democracia, infiltrándose en montón de instituciones sociales consideradas como no políticas?

Hace tiempo debatía con unas feministas sobre la imprecisión del término feminicidio, ¿cómo saberlo si aun no se investiga el delito? Me dieron razón en que es difícil saber si un homicidio en particular es feminicidio o no, pero me dijeron que por cuestión política, cualquier asesinato de una mujer era categorizado de esta manera.

Creo que pasa lo mismo actualmente con el desborde del caso Ayotzinapa y todo el enfoque de baterías hacia el Estado o el régimen, con la diferencia de que aquí no hay una aceptación de que es una cuestión política, con agenda y mediaciones dispuestas.

¿Que Peña Nieto renuncie? ¿Que se vayan todos? ¿Que se acabe la guerra contra el narcotráfico? ¿Que se respeten nuestras garantías? ¿Exigimos democracia?

Estas demandas no las va a dar Ayotzinapa, nuestros deudos no merecen tanto exceso de uso. Si se va a despertar la reacción, al menos que se cuente con un campo legítimo de batalla, las reglas las pone quien tiene más fuerza, pero organizada, porque presiona con estrategia.